Bishkek – “La revuelta que estalló en Kirguistán tras las elecciones parlamentarias del 4 de octubre tiene su origen en la evidencia de la compra de votos, esta vez más que en el pasado: en los días previos a las elecciones, de hecho, se pudo presenciar bien cuánto nos deslizábamos hacia la corrupción. A esto se suma que la alta barrera del sistema electoral kirguís, igual al 7%, ha dado acceso al Parlamento a solo cuatro de los dieciséis partidos que se presentaron a las elecciones. Se trata, evidentemente, de los cuatro grupos cercanos al presidente electo. Esta situación, en un sistema ya en crisis, hizo estallar la protesta”. Este es el análisis comentado a la Agencia Fides, por Davide Cancarini, investigador y experto en política de Asia Central, explicando los motivos de la crisis de Kirguistán de los primeros días de octubre.
En las horas posteriores a la votación, las pruebas del fraude habían hecho salir a las calles de Bishkek, la capital del país centroasiático, a un nutrido grupo de manifestantes, exigiendo la cancelación de las elecciones en las que el pro-ruso Sooronbay Jeenbekov era el ganador. Los manifestantes ocuparon edificios gubernamentales y liberaron a los políticos encarcelados, incluidos el ex presidente Almazbek Atambayev y Sadyr Japarov, luego nombrado primer ministro y presidente. A estas sensacionales acciones, la policía había respondido con gases lacrimógenos y granadas ensordecedoras: los enfrentamientos habían provocado, según el Ministerio de Salud de Kirguistán, un muerto y 590 heridos.
La crisis remitió sólo diez días después de las elecciones, con la dimisión del primer ministro Kubatbek Boronov, el presidente del Parlamento Dastanbek Jumabekov y el propio presidente electo Jeenbekov. Esta situación ha llevado a una centralización de poderes en manos de Sadyr Japarov quien, tras ser nombrado Primer Ministro, también ocupa el cargo de Presidente. De acuerdo con la constitución kirguisa, de hecho, hasta la elección de un nuevo jefe de estado, sus funciones deben ser desempeñadas por el presidente del Parlamento. Si no puede hacerlo, los poderes se transfieren al Primer Ministro.
Cancarini explica al respecto: “Creo que la solución que hemos alcanzado traiciona las más genuinas solicitudes de los manifestantes, que salieron a las calles pidiendo una mayor apertura del sistema democrático. Japarov, de hecho, es una figura muy controvertida, que no cuenta con el apoyo de gran parte de la población. Cuando estallaron las protestas, estaba en la cárcel por el secuestro de un funcionario. Además, está cerca del clan Matraimov, una familia conocida por estar vinculada a organizaciones criminales kirguís. En el poder, por tanto, hay una figura controvertida y poco querida por el pueblo: este ciertamente no era el escenario que imaginaban los manifestantes cuando salieron a la calle”.
Desde la caída de la Unión Soviética hasta hoy, Kirguistán ha atravesado otras dos crisis: la “revolución de los tulipanes” de 2005 y la “segunda revolución de Kirguistán” de 2010. En ambas ocasiones, la población salió a las calles para protestar contra la corrupción y la pobreza, logrando derrocar a los presidentes en el cargo, pero no conduciendo, de hecho, a una mejora en las condiciones del país.
En Kirguistán, según el Banco Asiático de Desarrollo, el 22,4% de la población vive por debajo del umbral de pobreza. En este contexto, se desarrolla el trabajo de la pequeña comunidad católica: unos 1.500 fieles, que realizan numerosos proyectos de caridad y educación, centrándose especialmente en los jóvenes de familias pobres y pueblos rurales.
La comunidad católica está actualmente organizada en tres parroquias en las ciudades de Bishkek, Jalal-Abad y Talas, pero muchas comunidades pequeñas se encuentran repartidas por las zonas rurales del país. Los católicos locales pueden contar con la asistencia espiritual de siete sacerdotes, un religioso y cinco religiosas franciscanas. En 1997, Juan Pablo II fundó la Mission sui iuris, al igual que en los estados vecinos de Asia Central. En 2006, Benedicto XVI elevó la circunscripción al rango de administración apostólica. Además de la mayoría musulmana, el 7% de la población es de fe cristiana, de los cuales el 3% es de fe ortodoxa. Los judíos, budistas y otras pequeñas minorías constituyen aproximadamente el 3% de la población.
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