Abidjan – “Costa de Marfil ha salido de una guerra civil hace tan solo diez años, y hoy estamos pagando las heridas que ha abierto ese conflicto. Muchos problemas se originaron allí: muchos conciudadanos huyeron, muchos fueron arrestados, otros heridos o muertos. En esta década, el gobierno ha intentado reiniciar el país después del desastre y la situación ha mejorado en parte. Pero, después de un conflicto civil, lleva mucho tiempo curar las laceraciones y las salidas son cada vez más difíciles de encontrar. Ha habido intentos de reconciliación pero, a nivel general, se puede decir que no han tenido éxito: las tensiones se han mantenido, nadie ha logrado crear un proceso o tomar un camino para superar tensiones, curar heridas, promover el perdón genuino, como sucedió en Sudáfrica”. Así lo declara a la Agencia Fides el padre Matthieu Silue, que no oculta toda su preocupación por lo que ocurre en su país, como las muy graves tensiones surgidas a raíz de las últimas elecciones del 31 de octubre. Los líderes de la oposición rechazaron el resultado final señalando con el dedo al presidente Ouattara acusandolo de violar el límite de dos mandatos. Los temores de que el país de África Occidental vuelva a caer en el caos del conflicto civil tal como lo hizo después de las elecciones de 2010, aumentan día a día. La población que en masa ha tomado la opción de la fuga lo sabe bien: más de 8000 personas han huido a Liberia u otros países vecinos.
Desde Milán, donde el religioso vive en este período, explica a Fides: “Durante la guerra de 2010, mucha gente perdió todo, personas, tierras, bienes y para ellos el reinicio fue muy duro. Y es también por eso que mi país, tradicionalmente pacífico y desarrollado, se ha transformado de un destino de inmigración a un lugar de emigración. Cada vez más jóvenes abandonan Costa de Marfil en busca de fortuna en Europa y se unen a las filas de los que se concentran en Libia o intentan desembarcar en Italia por mar. El gobierno había dado esperanza a los jóvenes, pero no han sido muchas las que se han concretado”.
En esta nueva situación de tensión, la Iglesia intenta hacer una aportación que favorezca la relajación y el diálogo, pero encuentra la tarea particularmente onerosa: “La nuestra - dice - es una labor muy bonita, pero al mismo tiempo fatigante. Inmediatamente tomamos medidas para volver a poner a las facciones en diálogo y alentar la reconciliación entre las personas. El caso es que ambos lados nos acusan de favorecer a uno u otro, según las posiciones que tomemos. Siguiendo el Evangelio, la Iglesia siempre se pone del lado de los oprimidos o débiles, de los exiliados, de los presos, de los que sufren por falta de trabajo o de derechos, y cuando hemos pedido la liberación de presos políticos como gesto de distinción o medidas más justas, nos acusaron de estar de acuerdo con la oposición. Pero cuando le pedimos a la oposición que modere su tono y no recurra a la violencia, nos dice que estamos del lado del gobierno”.
“En cualquier caso - concluye el religioso - siempre optamos por estar cerca de los que están más en dificultad y estamos muy preocupados por los más de 8000 refugiados de nuestros conciudadanos que han dejado todo por las tensiones políticas y las que estallaron entre las distintas etnias. Realizamos una labor diaria de sensibilización en los territorios donde estamos arraigados, llamando a todos a volver a los sentimientos de paz y renunciar a la violencia”.
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