Chiang Mai – “Se ha hablado mucho sobre el enfoque diferente ante la pandemia en los países occidentales y asiáticos. En algunos casos, los resultados siguen haciendo pensar a pesar de que no existan fórmulas ganadoras. Se ha hablado del sistema de salud, de la edad promedio de las poblaciones, del clima, del medio ambiente más o menos cómplice de la propagación del virus, de la alimentación, de la disciplina individual, del contacto social y del mismo lenguaje. Cada tema tiene motivos interesantes de debate. Quiero detenerme en uno solo: el significado del bien común”, escribe a la Agencia Fides el p. Attilio De Battisti, misionero fidei donum italiano en Chiang Mai.
“Tailandia - dice el sacerdote - se ha visto relativamente afectada, hasta ahora, por el Covid-19. Los contagiados son pocos, en proporción, y casi todos se han contagiado en el extranjero. Luego de las medidas altamente restrictivas del inicio de la pandemia la vida interna del país ha retomado paulatinamente su vida normal, quedando completamente cerrada al flujo turístico del que ha renunciado a los inmensos beneficios. Bien podemos imaginar las consecuencias económicas y sociales de tal elección”.
“Sin embargo, he visto un valor que está muy presente en todas las culturas asiáticas, un valor que también tiene sus efectos: el bien público vale más que la economía” - escribe don Attilio. “La salud de la población es más importante que los negocios personales. En Tailandia nos avergonzamos de contribuir al malestar de los demás. La cultura y las tradiciones locales, imbuidas de budismo, enfatizan fuertemente el Bien Común, la colectividad, la Nación. A menudo se ha hablado de la deriva nacionalista de los países asiáticos, la falta de sensibilidad hacia los derechos individuales, la obsequiosa dependencia de la autoridad, la predisposición a regímenes totalitarios o monarquías. Pero también hay que decir que si Occidente, con el gran aporte del cristianismo, ha enfatizado la dignidad de la persona, de cada uno, a expensas a veces del Bien Común, Oriente, apoyado en sus antiguas espiritualidades ha cultivado, a veces en un sentido extremo, la importancia de la familia, del grupo, de la dinastía, de la nación. En consecuencia, Occidente tiene los Derechos Humanos que conocemos y que poco a poco se vuelven cada vez más individuales, y Oriente empuja hacia un texto diferente de valores humanos con la armonía social en el centro.
Desde mi punto de vista misionero, enviado precisamente para unir mundos diferentes, Occidente puede recuperar de Asia una perspectiva más colectiva de su desarrollo; a cambio, Oriente se vería enriquecido por la contribución cristiana occidental que promueve a la persona en su individualidad”.
Don Attilio concluye con una reflexión sobre la Navidad: “El mundo de Dios que en Jesús se encuentra, se encarna en el mundo humano. Un encuentro-intercambio que nos enriquece, a Dios y a nosotros, de una forma inimaginable. Vivo mi última Navidad en Tailandia con esta certeza: solo los mundos diferentes que sepan encontrarse pueden mejorar”.
Publicar un comentario