El hogar alberga ahora a unos 15 jóvenes, de entre 4 y 20 años. Son niños con años de sufrimiento y violencia a sus espaldas, que han pasado su vida en las calles de Niamey, sin refugio ni seguridad, abandonados a su suerte. Llegaron a la capital en busca de fortuna. “Este último grupo lleva un mes en casa con nosotros - dice Gilles, que ha organizado la casa con su mujer y sus hijos -. Nos acercamos a ellos varias veces antes de que decidieran unirse a nosotros. Tras dejar la calle decidieron volver con sus familias para olvidar el calvario vivido en la ciudad, lejos de sus seres queridos, durante años. Desde hace quince días, también hay malienses, emigrantes que huyen de la guerra, que han prometido llevar a sus madres lo que les han pagado por su trabajo”.
Viven en una casa alquilada, en condiciones bastante difíciles pero dignas, y forman una familia muy heterogénea. Gilles, con su sueldo y las donaciones de algunos benefactores, dedica toda su vida a estos niños, víctimas de la violencia de la guerra, de la familia, de la sociedad o de la explotación. Él mismo tuvo una experiencia similar; su padre le pegaba casi todos los días y por eso se escapó cuando sólo tenía trece años. Casi todas las tardes visita a los niños de la calle de la ciudad, los conoce, los saluda, charla con ellos de mil cosas, los ayuda y suele ser su defensor y abogado ante la policía. Muchos de los jóvenes que han pasado por el centro han encontrado un lugar en la sociedad, un trabajo, se han casado, se han independizado. Gilles los define: su orgullo.

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