Bangui - Un grupo armado ha retomado las armas en la República Centroafricana y está generando nuevamente tensión en la región de Bozoum, en el oeste del país. La emergencia se suma a la propagación del coronavirus y a la interferencia cada vez más fuerte de las naciones extranjeras en la política y la sociedad local. Esta es la imagen delineada a la Agencia Fides por el padre Aurelio Gazzera, un carmelita que es misionero desde hace años en este país de África Central.
Desde 2013, cuando las milicias de Seleka derribaron al presidente François Bozizé, la nación se encuentra en un estado de gran inestabilidad. En los años que siguieron al golpe de estado contra Bozizé, los milicianos de Seleka se opusieron gradualmente a los grupos animistas cristianos reunidos bajo el acrónimo anti-Balaka. “La religión ha sido instrumentalizada – continúa el padre Gazzera –. Para los líderes de la milicia es un medio útil para incitar a los milicianos, casi todos muy jóvenes, pobres y poco educados, contra sus oponentes. La convivencia, se puede decir sin ser desmentido, ha sido minada por los comandantes y los políticos”.
La visita del Papa Francisco a Bangui en 2015 puso un freno a la violencia. Su presencia condujo a un acercamiento de las partes en conflicto y a más acuerdos de paz. Sin embargo, las firmas en los documentos no detuvieron la violencia.
“Hace unos días - continúa el misionero -, un grupo de rebeldes rechazó los acuerdos de Jartum y retomó las armas. Los milicianos atacaron un campamento militar. Temíamos que trataran de saquear Bozoum. Por suerte no han llegado tan lejos y la ciudad se ha salvado”. Estos rebeldes están vinculados a los pastores de etnia peul y se oponen a los agricultores locales. “La zona de Bozoum - dice el padre Aurelio - está habitada por granjeros que con gran esfuerzo cultivan la tierra alrededor de las aldeas. Periódicamente, los rebaños de bestias de pastoreo invaden sus tierras destruyendo todo o parte del cultivo. Cuando los granjeros intentan impedirlo, intervienen los milicianos. Es una espiral de violencia que parece no tener fin”.
En este contexto, el coronavirus se está extendiendo rápidamente. Los casos han alcanzado los 1.950. “Al comienzo de la epidemia - continúa el misionero -, el gobierno cerró de inmediato los aeropuertos, pero dejaron las carreteras abiertas, especialmente aquellas que conectan Centroáfrica y Camerún . Los contagios probablemente se han extendido a partir de allí. Las autoridades sanitarias han aumentado los tampones, pero las instalaciones son absolutamente insuficientes: 150 camas para Covid-19 en todo el país. Son muy pocas”.
La Iglesia Católica ha activado una red de solidaridad internacional que, gracias a las Caritas italianas, la Conferencia Episcopal Italiana y las Caritas estadounidenses, ha permitido la llegada de material de protección y ha favorecido la formación de animadores que son enviados a las aldeas para crear conciencia entre la comunidad.
La interferencia extranjera en el país también continúa. Cada vez es más voluminosa esta presencia que busca acapararse las riquezas minerales y naturales . “Hasta hace unas semanas - concluye el sacerdote carmelita -, en nuestra área había compañías chinas que extraían oro del agua. Luego abandonaron la zona. El daño ambiental causado por su acción sigue siendo significativo. Desde hace algún tiempo también está los rusos, protegidos por los mercenarios del Grupo Wagner. Son cada vez más fuertes e influyentes. Incluso se permiten apoyar campañas de prensa contra la Unión Europea que había organizado un puente aéreo para traer ayudas. En Centroáfrica la situación sigue siendo muy delicada e inestable”.
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