Damasco - “¿Cuándo callarán las armas? Nosotros, que vivimos en Siria, sentimos náusea por la indignación general que se alza para condenar a quienes defienden sus vidas y su tierra. En estos meses hemos viajado en repetidas ocasiones a Damasco; fuimos después de que las bombas rebeldes causaran una masacrado en una escuela, y también estábamos allí hace unos días, al día siguiente del lanzamiento de 90 misiles desde el suburbio de Goutha, contra la parte gubernamental de la ciudad. Hemos escuchado a los niños que viven con temor de salir de casa e ir a la escuela, el terror de tener que ver a sus compañeros saltar por los aires, no pueden dormir por la noche, por el miedo de que un misil les caiga en su tejado. Miedo, lágrimas, sangre, muerte. ¿No son también dignos de nuestra atención estos niños?”. Lo escriben en un mensaje enviado a la Agencia Fides, las monjas trapenses que viven en Azeir, una pequeña aldea siria en la frontera con el Líbano, a mitad de camino entre Homs y Tartus. Allí se alza el monasterio de una pequeña comunidad de seis monjas cistercienses , que viven su “presencia humilde de personas orantes”. Las cuatro hermanas han querido seguir “la experiencia de nuestros hermanos de Tibhirine”, los monjes trapenses presentes en Argelia, que fueron asesinados por los terroristas.
Las religiosas añaden: “¿Por qué la opinión pública no se ha inmutado?¿porque nadie se ha indignado?¿por qué no se han lanzado llamamientos humanitarios por estas personas inocentes? ¿Y por qué solamente cuando el gobierno sirio interviene en favor de los ciudadanos sirios, que se sienten ofendidos por tanto horror, nos indignamos por la ferocidad de la guerra y no antes?”
El análisis de las religiosas señala que “cuando el ejército sirio bombardea también hay mujeres, niños, civiles, heridos o muertos. Rezamos por ellos también. No solo por los civiles: también oramos por los yihadistas, porque cada hombre que elige el mal es un hijo perdido, es un misterio escondido en el corazón de Dios. El juicio lo debemos dejar a Dios, Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”. Y añaden: “En Damasco, los atraques contra los civiles que viven en la parte controlada por el gobierno Han comenzado desde la zona de Goutha y no al revés. El mismo lugar en el que los civiles que no apoyaban a los yihadistas fueron puestos en jaulas de hierro: hombres, mujeres, expuestos al aire libre y utilizados como escudos humanos. Goutha: el barrio donde los civiles que quieren escapar, y refugiarse en la parte gubernamental, aprovechando la tregua concedida, son blanco de los francotiradores rebeldes”. “¿Por qué, tanta ceguera de Occidente?, ¿como es posible que quienes informan, también en el contexto eclesial, sean tan unilaterales?”, se preguntan en el texto recibido en la Agencia Fides.
“No podemos escandalizarnos por la brutalidad de la guerra y guardar silencio sobre quiénes han querido y siguen queriendo todavía la guerra, sobre los gobiernos que en los últimos años han mandado sus armas cada vez más potentes a Siria; sin mencionar a los mercenarios a los que se ha dejado entrar deliberadamente en Siria pasando por los países vecinos. No podemos guardar silencio sobre los gobiernos que han sacado beneficio de esta guerra” , continúa el llamamiento de las trapenses.
“Todavía no hemos llegado a la meta - dice el texto -, allí donde el lobo y el cordero moraran juntos. Se puede escoger la no violencia, hasta morir. Pero es una elección personal, que puede poner en juego la vida de aquellos que lo eligen, no podemos pedirlo a toda una nación, a todo un pueblo”.
La última reflexión de las monjas, se refiere a los cristianos en Siria, y es la siguiente: “Cristo quiere que los suyos sean levadura en la masa, es decir, esa presencia que poco a poco, desde adentro, hace crecer una situación y la orienta hacia la verdad y el bien. La sostiene allí dónde lo necesita, la cambia donde se debe cambiar. Con valentía, sin dobleces, sino desde adentro”.
La guerra en Siria ha herido de muchos modos la convivencia interreligiosa, pero la esperanza no muere: incluso si “cuesta mucho perdonar”, dicen las monjas para concluir “todavía vivimos juntos, por el bien de todos: y las muchas obras de caridad, ayuda, desarrollo dirigidas por cristianos y musulmanes juntos dan testimonio de ello”.
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