EUROPA/CHIPRE - El Papa sobre las huellas de San Bernabé: paciencia y fraternidad “rasgos” de toda misión apostólica

Nicosia – La misión de anunciar la salvación donada por Cristo se hace fecunda si manifiesta el rostro de una «Iglesia paciente», que «que no se deja turbar y desconcertar por los cambios, sino que acoge serenamente la novedad y discierne las situaciones a la luz del Evangelio». Una «Iglesia fraterna», «sin muros», unida y armoniosa en su diversidad por obra del Espíritu Santo, un «espacio abierto» en el que todos pueden entrar y son acogidos no por «proselitismo estéril» sino porque es llamado y abrazado «por la misericordia de Dios». Y donde el vínculo de amistad y comunión entre aquellos que se sienten atraídos por Cristo puede convertirse en «instrumento de fraternidad para el mundo». Con estas evocadoras imágenes, esparcidas a lo largo de su primer discurso en Chipre en la tarde del jueves 2 de diciembre -primer día del viaje apostólico que le llevará a Grecia en los próximos días-, el Papa Francisco ha propuesto la paciencia y la fraternidad como rasgos congénitos de la misión confiada por Cristo a su Iglesia. Lo ha manifestado hablando «como peregrino tras las huellas del gran apóstol Bernabé, hijo de este pueblo, discípulo enamorado de Jesús, intrépido anunciador del Evangelio», Patrón de la Iglesia en Chipre. Siguiendo las huellas de Bernabé, el Papa Francisco ha vuelto a proponer los acontecimientos del primer anuncio del Evangelio narrados en los Hechos de los Apóstoles como paradigma irrenunciable de toda auténtica aventura misionera, animada siempre por la obra presente y gratuita del Espíritu Santo. San Bernabé – ha recordado el sucesor de Pedro, citando los Hechos de los Apóstoles - fue el primero en anunciar el Evangelio «pasando por las nacientes comunidades cristianas, veía cómo actuaba la gracia de Dios y se alegraba de ello, exhortando “a todos para que permanecieran unidos al Señor con firmeza de corazón”. Y yo vengo con el mismo deseo: ver la gracia de Dios obrando en su Iglesia y en su tierra, alegrándome con ustedes por las maravillas que el Señor obra y exhortándolos a perseverar siempre, sin cansarse, sin desanimarse nunca».
En su discurso, pronunciado en la catedral maronita de Nuestra Señora de las Gracias de Nicosia, ante patriarcas, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, diáconos, catequistas, miembros de asociaciones y movimientos de comunidades católicas locales, el Papa ha trazado, en la historia de San Bernabé y su vínculo con el Apóstol Pablo, los rasgos de paciencia y fraternidad como signos distintivos de todo auténtico movimiento apostólico. «Bernabé – ha recordado el obispo de Roma – fue elegido por la Iglesia de Jerusalén como la persona más idónea para visitar una nueva comunidad, la de Antioquía, que estaba compuesta por diversas personas que se habían convertido recientemente del paganismo». En Antioquía había encontrado «personas que provenían de otro mundo, de otra cultura y sensibilidad religiosa». Y con estos neófitos había tenido una «gran paciencia», la de quién «sabe esperar que el árbol crezca» y «la acoger la novedad sin juzgarla apresuradamente, la paciencia del discernimiento, que sabe captar los signos de la obra de Dios en todas partes, la paciencia de “estudiar” otras culturas y tradiciones». Bernabé, como auténtico discípulo enamorado de Cristo – ha proseguido el Papa - «tuvo sobre todo la paciencia del acompañamiento, deja crecer, acompañando. No sofocó la fe frágil de los recién llegados con actitudes estrictas, inflexibles, o con requerimientos demasiado exigentes en cuanto a la observancia de los preceptos. Los dejaba crecer, los acompañaba, los tomaba de la mano». No se escandalizaba, como un padre y una madre que «no se escandalizan de sus hijos, sino que los acompañan, los ayudan a crecer». Si se tiene que regañar se regaña, pero con amor, con paz, dejando crecer. La Iglesia en Chipre - ha puesto de manifiesto el Papa - tiene inscrita en sí esta actitud de acoger, integrar y acompañar a los hermanos y hermanas que vienen «de otros lugares del mundo». Y esta actitud suya puede ser «un mensaje importante también para la Iglesia en toda Europa, marcada por la crisis de fe: No sirve ser impulsivos, no sirve ser agresivos, nostálgicos o quejumbrosos, es mejor seguir adelante leyendo los signos de los tiempos y también los signos de la crisis. Es necesario volver a comenzar y anunciar el Evangelio con paciencia, tomar en mano las Bienaventuranzas, sobre todo anunciarlas a las nuevas generaciones». Por ello los obispos están llamados a ser «pastores pacientes en la cercanía», y los sacerdotes - ha insistido el Pontífice, recordando una representación musical de la Parábola del Hijo Prodigo organizada para él el año pasado por una compañía de jóvenes artistas – deben ser «ministros incansables del perdón y de la misericordia de Dios. Nunca jueces severos, siempre padres amorosos», evitando sobre todo ser «rigurosos en la confesión», que no quiere decir dejar «manga ancha», sino poseer un «corazón de padre». La obra que el Señor realiza en la vida de cada persona – ha proseguido el Papa - «es una historia sagrada, dejémonos apasionar por ella. En la multiforme variedad de su pueblo, paciencia significa también tener oídos y corazón para acoger sensibilidades espirituales diferentes, modos de expresar la fe diferente y culturas diversas. La Iglesia no quiere uniformar, por favor, no, sino integrar todas las culturas, todas las psicologías de las personas, con paciencia materna, porque la Iglesia es madre».
En la segunda parte de su discurso, el intenso vínculo que unía a Bernabé y a San Pablo ha dado al Papa Francisco la oportunidad de esbozar la fuente de la auténtica fraternidad cristiana y lo que la distingue de la falsa unanimidad que a menudo acecha incluso en los círculos eclesiásticos.
Bernabé y Pablo de Tarso – ha recordado el Papa - compartieron una amistad fraternal que les llevaría a vivir juntos la misión. Los Hechos de los Apóstoles cuentan que, tras la conversión de Pablo, éste había sido un feroz perseguidor de los cristianos, «todos le temían, porque no creían que él también fuera discípulo». Bernabé lo tomó consigo, lo presentó a la comunidad, contó lo que le había sucedido y respondió por él, como hizo Jesús que «tomó consigo a los discípulos por los caminos de Galilea, que tomó sobre sí nuestra humanidad herida por el pecado». «Hacerse cargo de la historia del otro, darse tiempo para conocerlo sin etiquetarlo - cuidado con el pecado de etiquetar a la gente -, cargarlo sobre los hombros cuando está cansado o herido, como hace el buen samaritano. Esto se llama fraternidad».
Atraídos por Cristo, «Bernabé y Pablo, como hermanos, viajaron juntos para anunciar el Evangelio, aun en medio de persecuciones». Después, « como sucede en la vida», los dos tuvieron un fuerte desacuerdo y sus caminos se separaron. No se separaron por motivos personales - ha remarcado el Papa -, sino que estaban discutiendo acerca de su ministerio, «sobre cómo llevar adelante la misión, y tenían visiones diferentes». «Esta es la fraternidad de la Iglesia: se pueden discutir visiones, sensibilidades, ideas diferentes, y en algunos casos decir cosas con franqueza, esto ayuda, y no decirlas por detrás con una crítica que no hace bien a nadie. La discusión es una oportunidad para el crecimiento y el cambio». Luego el Papa Francisco ha añadido sobre la marcha que hay que desconfiar «de los que nunca discuten», porque todo el tiempo tienen “agendas” ocultas. Mientras que en la fraternidad de la Iglesia «se discute, pero seguimos siendo hermanos». También aquí en la Iglesia de Chipre - ha proseguido el Pontífice - « existen muchas sensibilidades espirituales y eclesiales, varias historias de procedencia, de ritos y de tradiciones diferentes; pero no debemos sentir la diversidad como una amenaza contra la identidad, ni debemos recelar y preocuparnos de los respectivos espacios. Si caemos en esta tentación crece el miedo, el miedo genera desconfianza, la desconfianza conduce a la sospecha y, antes o después, lleva a la guerra».
En la parte final de su discurso, el obispo de Roma ha vuelto a subrayar el carácter plural y variado de la comunidad eclesial chipriota: «Ustedes están inmersos en el Mediterráneo, un mar con diferentes historias, un mar que ha mecido numerosas civilizaciones, un mar del que todavía hoy desembarcan personas, pueblos y culturas de todas partes del mundo. Con su fraternidad pueden recordar a todos, a toda Europa, que para construir un futuro digno del hombre es necesario trabajar juntos, superar las divisiones, derribar los muros y cultivar el sueño de la unidad. Necesitamos acogernos e integrarnos, caminar juntos, ser todos hermanos y hermanas ».



Agenzia Fides
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