Vilnius - El p. Massimo Bianco, salesiano de Don Bosco , de 57 años, es misionero en Lituania desde hace veinte años. Vive y trabaja en Vilnius, la capital de Lituania, en una gran parroquia suburbana. “Ser misionero para mi es responder a una llamada, que estuve madurando durante mucho tiempo - dice a la Agencia Fides -. Tuve tres experiencias de verano en África, precisamente en Nigeria, al final 'aterricé' en suelo europeo, pero poco a poco fui comprendiendo que la misión más que tratarse de un territorio es una forma de vida. Incluso si el nivel de vida aquí es diferente al de África, la necesidad de evangelización en un mundo secularizado y postsoviético diría que es la misma: aquí te encuentras con personas que no están desnutridas físicamente, sino espiritualmente. Por ello respondí: '¡Aquí estoy! ¡Envíame!’, a Aquel que es la fuente de toda llamada misionera".
Don Massimo explica que en los últimos años ha tratado ante todo de escuchar, de encajar en una cultura diferente con respeto, paciencia y progresividad: el idioma, el clima, la gente, la fe vivida en pequeñas comunidades eran varios aspectos a integrar, un poquito a la vez. “Ante los momentos de soledad y dificultad - prosigue - practico para no desanimarme. Por supuesto, llega el momento, tarde o temprano, en que te preguntas: '¿Pero, qué estoy haciendo aquí?'. Se trata pues de vencer la tentación de dejarlo pasar, al mismo tiempo que te das cuenta de que llevas dentro de ti una enfermedad llamada 'protagonismo y eficiencia', sazonada por el deseo humano de ver siempre resultados, pero muchas veces esto no es posible, al menos a breve plazo. En estos casos me ayudan mucho la vida de oración y el apoyo de la comunidad salesiana y parroquial en la que vivo”.
Como salesiano de Don Bosco, el p. Massimo siente de manera particular la tarea y el deseo de concienciar a los niños y jóvenes de la figura de Don Bosco, el Santo de los jóvenes. “Esto requiere de mi parte luchar con la tentación de una vida mediocre que se satisface con el 'salario mínimo' - subraya -. Por eso siempre hay que recomenzar de nuevo, mantener vivo el fuego misionero en el corazón, continuar hasta pasar el testigo a los demás, cuando Dios quiera, con la conciencia de que vale la pena trabajar por el Reino de los Cielos. No se trata solo de entender que el Señor nos envía a proclamar su Palabra, sino de convertirnos nosotros mismos en la voz de esa Palabra, con nuestra presencia y nuestro testimonio”.
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