Ciudad del Vaticano - “Con la Santa Infancia nació un nuevo estilo de misión que se centra en la gracia del bautismo, de la que brota el carácter misionero de todo cristiano y también reconoce el derecho del niño a recibirlo y el deber de darlo. Por primera vez en la Iglesia, los niños se han convertido en sujetos activos de la evangelización, protagonistas de la pastoral, en su sencillez y humildad. Son ya 175 años los que cumple esta Obra, también llamada de la Infancia Misionera, que tiene por misión salvar niños gracias a los niños”. Con estas palabras, la hermana Roberta Tremarelli, AMSS, Secretaria General de la Obra Pontificia de la Infancia Misionera, explica a Fides la peculiaridad y novedad que presenta este trabajo en el campo de la animación misionera y la pastoral de niños con motivo del 175 aniversario de la fundación.
El 19 de mayo de1843 fue constituida oficialmente la Obra de la Santa Infancia cuyo nombre expresa la voluntad del fundador, monseñor Charles de Forbin Janson, de confiarla a la protección del Niño Jesús. Nacido en París en 1785 en el seno de una familia católica noble, Charles Forbin Janson asistió durante sus años de seminario a la capilla del Instituto de Misiones Extranjeras de París, entrando así en contacto con los misioneros. Escuchó las historias de su trabajo en China y de los miles de niños que los sacerdotes y las monjas acogían, cuidaban, educaban y bautizaban. Su espíritu misionero se fortaleció aún más después de su ordenación sacerdotal. A los 38 años fue ordenado obispo de Nancy e inmediatamente comenzó a organizar retiros y misiones en todas las parroquias de su diócesis. Repartió la riqueza de su familia y se quedó solo con lo indispensable para él. Durante su ausencia de la diócesis por compromisos pastorales, los anticlericales saquearon el seminario y le impidieron regresar a Nancy. Así comenzó el triste período de exilio durante el que, sin embargo, siguió pensando en los misioneros y en los niños de China. Después de tres años de misión en América del Norte, regresó a Francia y en Lyon conoció a Pauline Jaricot, la fundadora de la Obra de la Propagación de la Fe. Tal y como ella había hecho para los adultos en Francia, lo habría organizado él para los niños de Francia y de toda Europa. Los niños ayudarían a sus hermanos y hermanas, no solo a los de China, sino a todas las misiones del mundo, con una breve oración diaria y un pequeño sacrificio mensual.
“La Obra ha revelado a los niños europeos las necesidades de otros niños con una nueva dimensión de la conciencia misionera: transmitir una mirada y un corazón misionero desde la infancia”, subraya la Secretaria General que añade: “Hoy en día, la Obra ha echado raíces en más de 150 países. A través del Secretariado Internacional, -que tiene su sede en Roma, en el Palazzo di Propaganda Fide-, y las donaciones recogidas en todo el mundo, se apoyan miles de proyectos de caridad que ayudan a los niños de los 5 continentes con el objetivo de proporcionarles la herramientas necesarias para poder vivir la vida de una manera digna, tanto desde el punto de vista físico como espiritual. Los ámbitos de trabajo comprenden la animación cristiana y misionera y la formación, la infancia pastoral, preescolar y escolar, la protección de la vida”.
Alrededor del mundo, la Obra está ayudando a unos 20 millones de niños. En 2017, 2.834 proyectos salieron adelante gracias a 17.431.260 de dólares aportados por el Fondo Universal de Solidaridad que se nutre de las donaciones de los niños de todo el mundo. Cada proyecto financiado puede y debe ser una oportunidad y una herramienta para la animación misionera.
“Incluso a través de este trabajo, la Iglesia pone su maternidad al servicio de los niños y de sus familias, -recuerda la hermana Roberta Tremarelli-, cuidando de ellos como nos pide el Papa Francisco: “Acercaos para tocar, para darles la mano y llevarlos a donde se respete su dignidad, haciéndolos caminar con sus piernas. Ayúdalos a recuperar su vida cotidiana. Cuidándolos para que puedan participar en la sociedad”.
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