Ciudad del Vaticano – “Muchos en Europa piensan que la fe es algo ya visto, que pertenece al pasado”. Esto ocurre “porque no han visto a Jesús obrar en sus vidas. Y a menudo no lo han visto porque nosotros, con nuestras vidas, no se los hemos mostrado lo suficiente. Porque Dios se ve en los rostros y en los gestos de hombres y mujeres transformados por su presencia”. Con estas palabras, el Papa Francisco ha recordado una vez más a todos los bautizados que la fe cristiana se confiesa y se comunica en el mundo a través del testimonio, entendido no como ‘movilización’ y ‘actuación’ de aparatos y trabajadores pastorales, sino como reflejo del cambio que Cristo mismo puede producir en la vida de quienes llevan su nombre. La ocasión para ello, ha sido la concelebración eucarística que ha presidido durante la tarde del jueves 23 de septiembre en la Basílica de San Pedro, con los participantes a la Asamblea plenaria del Consejo de las Conferencias episcopales de Europa , con motivo del 50 aniversario de su institución. Dirigiéndose a los obispos pertenecientes a las Iglesias de antigua fundación, el Sucesor de Pedro ha delineado los caminos y los criterios a seguir para volver a proponer la salvación anunciada por el Evangelio también a quienes viven hoy en los países del Viejo Continente, marcados por procesos de descristianización avanzados.
El Papa Francisco ha recordado con realismo los efectos más llamativos producidos en Europa por la “deforestación” de la memoria cristiana. En las tierras de Europa - ha reconocido el Papa - “los templos a nuestro alrededor se vacían y Jesús es cada vez más olvidado”. Y esto sucede, no porque los actuales habitantes de Europa sean más malos, sino porque “les falta alguien que les abra el apetito de la fe y despierte esa sed que hay en el corazón del hombre, esa «sed connatural, inagotable» de la que habla Dante y que la dictadura del consumismo, dictadura blanda pero sofocante, intenta extinguir”. En tales condiciones – ha añadido el Papa – los cristianos de Europa parecen ser presa de una especie de sueño: están “tranquilos porque, después de todo, no falta de nada para vivir”, y no parecen dejarse mover por la inquietud “al ver a tantos hermanos y hermanas lejos de la alegría de Jesús”.
En su homilía, el Pontífice ha hecho referencia a las falsas soluciones, las actitudes engañosas y las reacciones inconclusas que prevalecen en los círculos eclesiales ante la pérdida de cualquier relación vital entre el cristianismo y la vida real de los pueblos de Europa. La primera de las “respuestas erróneas” que ha revisado rápidamente el Papa es la de quienes se quejan del mundo y acusan la maldad de estos tiempos: “Es fácil juzgar al que no cree, es cómodo enumerar los motivos de la secularización, del relativismo y de tantos otros ismos, pero en realidad es estéril”. El otro camino que lleva al extravío es el del retraimiento, buscando protección y consuelo creando islas felices, concebidas como “mundos aparte”, ha continuado explicando el Papa: “nosotros cristianos en Europa, tenemos la tentación de permanecer cómodamente en nuestras estructuras, en nuestras casas, en nuestras iglesias, en nuestras seguridades que nos dan las tradiciones, en la satisfacción de un cierto consenso”. Una introversión que a menudo acaba tomando la forma de auto-ocupación eclesial, una deriva que lleva a muchos a “en las diversas posiciones que hay en la Iglesia, en los debates, agendas y estrategias, y perder de vista el verdadero programa, el del Evangelio”. Estas reacciones engañosas tienen a menudo el único efecto de dilatar el desierto. Por qué “si los cristianos, más que irradiar la alegría contagiosa del Evangelio, vuelven a proponer esquemas religiosos desgastados, intelectualistas y moralistas, la gente no ve al Buen Pastor. No reconoce a Aquel que, enamorado de cada una de sus ovejas, las llama por su nombre y las busca para cargarlas sobre sus hombros”.
En su homilía a los obispos europeos, el Sucesor de Pedro no se ha limitado a advertir sobre las tentaciones, también ha sugerido de dónde podría venir, por gracia, un nuevo inicio de la labor apostólica en tierras europeas.
En primer lugar, el Obispo de Roma ha invitado a todos a volver a la “tradición viva de la Iglesia”, que no tiene nada que ver con los modos clericales marcados por “un ‘restauracionismo’ del pasado que nos mata, nos mata a todos”. Por lo que “debemos comenzar desde los cimientos, desde las raíces, porque es a partir de allí que se reconstruye: de la tradición viva de la Iglesia, que nos fundamenta en lo esencial, en el buen anuncio, la cercanía y el testimonio. Se reconstruye a partir de los cimientos de la Iglesia —la de los orígenes y la de siempre—, de la adoración a Dios y del amor al prójimo, no de los propios gustos particulares, no de los pactos y negociaciones que podemos hacer ahora, para defender a la Iglesia o defender la cristiandad”. En lo concreto – ha sugerido el Papa – en la Iglesia siempre ha existido un modo sencillo y privilegiado de beber de las fuentes vivas de la fe, que consiste en mirar los rostros de los santos y seguir las huellas de aquellos en cuya vida actúa la gracia de Cristo de manera eficaz y tangible. Incluso los grandes santos de Europa – ha recordado el Papa Francisco - “Pusieron en juego su pequeñez, confiando en Dios. Pienso en santos como Martín, Francisco, Domingo, Pío —que recordamos hoy—; y en los patronos como Benito, Cirilo y Metodio, Brígida, Catalina de Siena y Teresa Benedicta de la Cruz”. Todos ellos vieron cambiar su propia vida acogiendo la gracia de Dios. “No se preocuparon de los tiempos oscuros, de las adversidades y de cualquier tipo de división, que siempre ha habido. No perdieron el tiempo en criticar y culpabilizar. Vivieron el Evangelio, sin reparar en la relevancia y en la política. De este modo, con la fuerza humilde del amor de Dios, encarnaron su estilo de cercanía, de compasión y de ternura. El estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura; y construyeron monasterios, sanearon tierras, devolvieron el espíritu a las personas y a los pueblos. Ningún programa, entre comillas, social, solamente el Evangelio. Y con el Evangelio ellos siguieron adelante” ha dicho el Papa.
También hoy, como en los tiempos descritos en los Evangelios – ha continuado el Papa en la parte final de su homilía - “Este amor divino, misericordioso y sorprendente es la novedad permanente del Evangelio. Y exige de nosotros, queridos hermanos, decisiones sabias y audaces, hechas en nombre de la ternura loca con la que Cristo nos ha salvado. No nos pide demostrar, nos pide mostrar a Dios, como lo hicieron los santos; no con palabras, sino con la vida”. Para ayudar a la Europa de hoy, “enferma de cansancio”, a “a encontrar el rostro siempre joven de Jesús y de su esposa”.
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