Budapest – La Iglesia «proviene de la fuente que es Cristo, y es enviada para que el Evangelio, como un río de agua viva, llegue a la aridez del mundo y del corazón humano». Y la labor apostólica puede mantenerse alejada del riesgo «de anunciar un falso mesianismo, según los hombres y no según Dios», si se mantiene unida a los actos de salvación realizados por el mismo Cristo en los sacramentos, es decir, a la obra de Aquel que se ofrece en la Eucaristía «como Pan partido, como Amor crucificado y entregado» y «reina en silencio sobre la cruz». No puede compararse a los «mesías potentes y triunfadores, adulados por el mundo». Con estas palabras, en la homilía pronunciada el domingo, 12 de septiembre en Budapest, durante la misa de clausura del 52 congreso eucarístico internacional, el Papa Francisco ha vuelto a plantear el misterio de la Eucaristía explicada también coma la fuente de la que nace todo auténtico dinamismo misionero.
Antes de la celebración eucarística, en el encuentro con los obispos húngaros, el Pontífice había vuelto a proponer el misterio de la Eucaristía también como una luz que ilumina las experiencias de martirio esparcidas a lo largo del camino de la Iglesia en la historia. «En el pan y el vino» de la Eucaristía – ha dicho el Papa en la primera parte del discurso dirigido a los obispos de la nación húngara «vemos a Cristo que ofrece su Cuerpo y su Sangre por nosotros. La Iglesia de Hungría, con su larga historia, marcada por una fe inquebrantable, por persecuciones y por la sangre de los mártires» ha añadido el Papa «está asociada de manera especial al sacrificio de Cristo. Muchos hermanos y hermanas, muchos obispos y sacerdotes vivieron lo que celebraban en el altar; fueron triturados como granos de trigo, para que todos pudieran nutrirse del amor de Dios; fueron prensados como las uvas, para que la sangre de Cristo se convirtiera en savia de vida nueva; fueron partidos como el pan, pero su ofrenda de amor fue una semilla evangélica de renacimiento plantada en la historia de este pueblo».
El Obispo de Roma, ha propuesto a los miembros del episcopado húngaro, algunas «indicaciones» para estimularles en su misión, llevada a cabo en un contexto «en el que crece el secularismo y disminuye la sed de Dios». A veces – ha dicho entre otras cosas el Pontífice - «sobre todo cuando la sociedad que nos rodea no parece entusiasmada con nuestra propuesta cristiana, la tentación es encerrarse en la defensa de las instituciones y las estructuras», mientras que conviene siempre tener presente que «las estructuras, las instituciones y la presencia de la Iglesia en la sociedad sólo sirven para despertar la sed de Dios que tienen las personas y llevarles el agua viva del Evangelio». Un signo distintivo del auténtico dinamismo apostólico – ha añadido el Papa, aludiendo a las cerrazones e impaciencias que han surgido en Hungría ante los flujos migratorios - puede reconocerse en la voluntad de «abrirnos al encuentro con el otro», en lugar de «encerrarnos en una rígida defensa de nuestra supuesta identidad». La pertenencia a la propia identidad – ha insistido el sucesor de Pedro - «nunca debe convertirse en un motivo de hostilidad y desprecio hacia los demás, sino en una ayuda para el diálogo con las diferentes culturas».
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