Ciudad Ho Chi Minh - “Siendo misioneros del amor que brota del corazón de Jesús, nos adaptamos a cualquier situación y estamos dispuestos a superar cualquier dificultad, siempre que nuestros hermanos y hermanas reciban un mensaje de amor y salvación. Trabajamos como cuidadores y apoyamos espiritualmente a los enfermos para que experimenten el cuidado, la compasión y el amor. Este es el verdadero amor de Dios, y a Dios nos dirigimos en busca de gracia, energía y entusiasmo. Nuestro equipaje es solo un corazón amoroso y el poder de Dios”. Con estas palabras explica a Fides el padre Joseph Dao Nguyen Vu, representante de la archidiócesis de Ciudad Ho Chi Minh, cómo es el trabajo de los voluntarios católicos de distintas parroquias y congregaciones religiosas junto a los facultativos que trabajan en los hospitales, con el fin de hacerse cercanos a los enfermos, especialmente a los afectados por el coronavirus.
En el contexto del cuarto brote de la pandemia, con la variante Delta que se está extendiendo rápida y peligrosamente por todo Vietnam en concreto por la ciudad de Ho Chi Minh y sus alrededores, se registran unos 10.000 positivos a diario. En respuesta al llamamiento de los obispos vietnamitas, algunos religiosos católicos abandonan sus hogares y conventos y se ofrecen para cuidar a los pacientes de coronavirus en hospitales de campaña y en entornos con alto riesgo de contagio. Hay más de 500 religiosos y religiosas que, a pesar de no tener conocimientos ni experiencia médica, se ofrecieron como voluntarios para ayudar al personal en primera línea.
Tras un breve curso de formación sobre las precauciones a seguir ante el coronavirus, los religiosos son enviados a varios hospitales públicos, bajo la dirección de las autoridades sanitarias locales. Al acercarse a los pacientes gravemente enfermos, los religiosos relatan que “se les rompe el corazón al ver con cuanta dificultad intentan respirar, luchando entre la vida y la muerte”. “Estos pacientes son todos hermanos y hermanas, hijos de Dios. Los cuidamos, a pesar de las dificultades y el miedo”, dicen. Los médicos de los hospitales de campaña, que están sorprendidos por su trabajo, aseguran, con gratitud, que “los pacientes sin duda se benefician enormemente del cariño y los ánimos de los religiosos”.
Los religiosos dejan una buena impresión y han sido apreciados por todas las personas de los hospitales. Otros voluntarios también ayudan a mantener limpias las habitaciones y los pasillos y entregan alimentos. Trabajan en silencio, cubiertos de pies a cabeza por un traje protector. Lo único que los distingue es la cruz pintada en el pecho de equipo de protección. “En los pacientes y moribundos reconocemos el rostro de Jesús en la Cruz, experimentamos la presencia de Jesús a través de los enfermos”, relatan.
En ocasiones, las religiosas rezan el Rosario o comparten la lectura del Evangelio. Los pacientes suelen hacer más preguntas sobre Dios y sobre la fe. En algunos hospitales, con el permiso del obispo diocesano, los religiosos que son sacerdotes han creado una pequeña capilla con un pequeño altar donde pueden tener temporalmente la Eucaristía. Los voluntarios se unen a la celebración de la misa. Es un ministerio muy tocante no solo para los católicos enfermos, sino también para todas las personas católicas que están trabajando en hospitales en este período de aislamiento debido al COVID-19.
“Además de tratar y consolar a los pacientes de coronavirus en los hospitales de campaña, los religiosos se ganan el corazón de los pacientes y del personal médico a través de las actividades diarias realizadas con perseverancia y bondad. Es así como llega el amor de Dios a la gente”, señala el padre Joseph Dao Nguyen Vu. “Tratamos de evitar ser contagiados por el virus, pero contagiar al mundo con el amor de Jesús”, les gusta decir a los religiosos que participan en esta iniciativa.
Un episodio ilustra esta relación. En un hospital de la ciudad de Ho Chi Minh, un médico no católico pidió un día a los religiosos que rezaran por los pacientes fallecidos que no tenían familiares, que eran incinerados. Después de esa oración, los religiosos y religiosas expresaron su deseo de rezar todos los días por los nuevos muertos. Desde entonces, todos los días se lleva a cabo en la morgue una breve liturgia de oración y bendición por los pacientes fallecidos, con el permiso del hospital.
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