Ciudad de México - Al concluir la primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, celebrada del 21 al 28 de noviembre en Ciudad de México y con conexión en línea , se ha dado a conocer un mensaje al pueblo de Dios titulado “Todos somos discípulos misioneros en salida”.
“La voz del Espíritu ha resonado en medio del diálogo y el discernimiento señalándonos varios horizontes que inspiran nuestra esperanza eclesial” está escrito en el mensaje, que indica una serie de retos y orientaciones pastorales que deben ser asumidos con urgencia. Entre ellos se encuentran: la necesidad de trabajar por un renovado encuentro de todos con Jesucristo encarnado en la realidad del continente; acompañar y promover el protagonismo de los jóvenes; una adecuada atención a las víctimas de los abusos ocurridos en contextos eclesiales y comprometernos a la prevención; la promoción de la participación activa de las mujeres en los ministerios y en los espacios de discernimiento y decisión eclesial.
Además se reitera la promoción de la vida humana desde su concepción hasta la muerte natural; la formación en la sinodalidad para erradicar el clericalismo; la promoción de la participación de los laicos en espacios de transformación cultural, política, social y eclesial; la escucha y el acompañamiento del clamor de los pobres, excluidos y descartados. También se pone de manifiesto la renovación de los programas de formación en los seminarios para que asuman la ecología integral, el valor de los pueblos originarios, la inculturación e interculturalidad, y el pensamiento social de la Iglesia como temas necesarios, y todo aquello que contribuya a la adecuada formación en la sinodalidad. Por último es urgente renovar a la luz de la Palabra de Dios y el Vaticano II nuestro concepto y experiencia de Pueblo de Dios; reafirmar y dar prioridad la vivencia de los sueños de Querida Amazonía; y acompañar a los pueblos originarios y afrodescendientes en la defensa de la vida, tierra y sus culturas.
En el mensaje final, los participantes de la Conferencia han afirmado estar guiados por el deseo de revivir el espíritu de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Aparecida en 2007, en sintonía con las Conferencias Generales anteriores, en el horizonte del Jubileo Guadalupano en 2031, y del Jubileo de la Redención en 2033. “Con gran alegría hemos vivido esta Asamblea como una verdadera experiencia de sinodalidad – escriben -, en la escucha mutua y en el discernimiento comunitario de lo que el Espíritu quiere decir a su Iglesia. Hemos caminado juntos reconociendo nuestra poliédrica diversidad, pero sobre todo aquello que nos une, y en el diálogo nuestro corazón de discípulos se ha vuelto hacia las realidades que vive el continente, en sus dolores y esperanzas”.
En particular denuncian el dolor de los más pobres y vulnerables que sufren el flagelo de la miseria y las injusticias, además de la falta de solidaridad; la destrucción de la casa común y la “cultura del descarte” que afecta sobre todo a las mujeres, los migrantes y refugiados, los ancianos, los pueblos originarios y afrodescendientes; el impacto y las consecuencias de la pandemia que incrementa más las desigualdades sociales, comprometiendo incluso la seguridad alimentaria de gran parte de nuestra población; los sufrimientos a causa del clericalismo y el autoritarismo en las relaciones, que lleva a la exclusión de los laicos, de manera especial a las mujeres en las instancias de discernimiento y toma de decisiones sobre la misión de la Iglesia, constituyendo un gran obstáculo para la sinodalidad.
Sin embargo, no han faltado signos de esperanza, como el camino sinodal, que representa “un significativo espacio de encuentro y apertura para la transformación de estructuras eclesiales y sociales que permitan renovar el impulso misionero y la cercanía con los más pobres y excluidos”. Otro signo de esperanza lo ha mostrado la Vida Religiosa “mujeres y hombres que viviendo contracorriente dan testimonio de la buena nueva del Evangelio”, así como la vivencia de la piedad popular.
“Esta Asamblea es un kairós – pone de manifiesto el mensaje -, un tiempo propicio para la escucha y el discernimiento que nos conecta de forma renovada con las orientaciones pastorales de Aparecida y el magisterio del Papa Francisco, y nos impulsa a abrir nuevos caminos misioneros hacia las periferias geográficas y existenciales y lugares propios de una Iglesia en salida”.
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