Gitega – “La educación es una prioridad para los niños de nuestro orfanato, porque su futuro depende del estudio”: lo dice a la Agencia Fides la hermana Capitoline Bedetse, religiosa de Burundi, superiora de la Compañía del Buen Pastor en la zona de Gitega, al centro de Burundi. En este lugar la religiosa dirige un instituto fundado en el 2001 que acoge a madres solteras y que desde 2004 también da asilo a niños abandonados. “Han sido abandonados por sus madres debido a la pobreza o el deshonor, porque los padres no quisieron reconocerlos. Tratamos de mantener siempre el contacto con los padres, especialmente con las madres, porque esperamos que algún día puedan reunirse y volver a vivir juntos. A veces la madre se presenta después de años, y tratamos de ayudarla a reconstruir la relación con el niño abandonado”. En el instituto del Buen Pastor trabajan 22 hermanas y 38 novicias y postulantes.
Las hermanas cuidan de la guardería y de la escuela primaria que está junto al instituto. Para sostener todas las actividades sociales, han comenzado pequeñas actividades económicas: “Compramos campos para cultivarlos y vender los productos de la tierra”, agrega la hermana Capitoline. “Tenemos vacas que nos dan leche para nuestros niños y así nos vamos organizando para cubrir gastos, incluso para pagar las matrículas escolares. La mayoría de nuestros niños son chicos, y al final de la escuela primaria, los enviamos a un colegio no lejos de aquí, dirigido por religiosos”.
La infancia en Burundi, que representa alrededor de la mitad de una población de 10 millones de personas, vive en condiciones extremadamente difíciles: según los datos del Indice Global del Hambre, tres de cada cinco niños sufren retrasos en el crecimiento. Además, el acceso a servicios básicos como la salud y la educación está fuera del alcance de muchas personas necesitadas.
Gitega es la segunda ciudad más grande del país después de la capital Bujumbura, pero es una ciudad pobre, como el resto de Burundi: “Aquí se vive con dos dólares al día”, explica la hermana Capitoline. “Dada la pobreza de las familias, estos niños no encuentran padres que los adopten. Pero trabajamos para que puedan crecer sanos, instruidos y seguros de sí”, concluye.
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