Ciudad del Vaticano - Un “gracias” y la petición de “un gran aplauso” para “muchos misioneros y misioneras, -sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos”-, que, en primera línea gastan sus vidas y energías al servicio de la Iglesia pagando, en primera persona, a veces a un alto precio, su testimonio”. Así se expresó el Papa Francisco durante la Jornada Misionera Mundial que la Iglesia católica celebra en todo el mundo el penúltimo domingo de octubre. El Papa así demostró su gratitud hacia los bautizados implicados en la misio ad gentes dejando claro además que su obra evangélica no tiene nada que ver con “el proselitismo”, sino que se desarrolla para “dar testimonio del Evangelio con su vida en aquellas tierras donde no se conoce a Jesús”.
Las sencillas palabras de agradecimiento a los que trabajan en las misiones fueron pronunciadas por el obispo de Roma el domingo 24 de octubre, tras el tradicional rezo del Ángelus. Hablando desde la ventana del Palacio Apostólico, frente a la multitud presente en la Plaza de San Pedro, el Papa también relacionó el testimonio de los misioneros y el ofrecido por dos figuras que recientemente han subido a los altares. Una es Sor Lucía de la Inmaculada, religiosa de las Siervas de la Caridad, beatificada en Brescia el sábado 23 de octubre; el otro testimonio es el de Sandra Sabattini, estudiante e hija espiritual de Don Oreste Benzi, beatificada en Rimini el domingo 24 de octubre, . El Papa sugirió mirar en la Jornada Mundial de las Misiones “a estas dos nuevas beatas como testigos que han anunciado el Evangelio con su vida”.
Antes del rezo del Ángelus, Francisco comentó el encuentro entre Jesús y Bartimeo, el ciego de Jericó, a quien Cristo devuelve la vista. El Papa habló de un rasgo de la vida cristiana que es pedir a Dios un milagro, un gesto que solo pueda realizar el mismo Cristo, empezando por el milagro del cambio que solo Él puede obrar en el corazón de todos hombres y mujeres. “Bartimeo había perdido la vista, ¡pero no la voz! De hecho, cuando escucha que Jesús está a punto de pasar, comienza a gritar: “Hijo de David, ten misericordia de mí”. Jesús escucha e inmediatamente se detiene. Dios siempre escucha el grito de los pobres, y no le molesta en absoluto la voz de Bartimeo, al contrario, se da cuenta de que está llena de fe, una fe que no tiene miedo de insistir, de llamar al corazón de Dios”. A Jesús, Bartimeo no le pide unas monedas como lo hace con otras personas.
El Papa explicó que “cuando la fe es viva, la oración es sentida: no mendiga céntimos, no se reduce a las necesidades del momento. A Jesús, que todo puede, se le pide todo. Él está impaciente en derramar su gracia y su alegría en nuestros corazones, pero lamentablemente somos nosotros los que mantenemos las distancias, por timidez, flojera o incredulidad”.
Para dejarlo más claro, el Sucesor de Pedro contó un episodio del que fue testigo en “la otra diócesis”, tal y como dijo: “Muchos de nosotros cuando rezamos, no creemos que el Señor pueda hacer el milagro. Recuerdo una historia, de la que yo he sido testigo, de un padre al que los médicos dijeron que su hija de nueve años no pasaría de esa noche. Él tomó un autobús y se marchó a setenta kilómetros al santuario de la Virgen. Estaba cerrado, pero él se quedó en la verja y allí pasó toda la noche rezando: ‘Señor, ¡sálvala! Señor, ¡dale vida!’ Rezó toda la noche a la Virgen, gritando a Dios, gritando desde el corazón. Por la mañana, cuando volvió al hospital, encontró a su esposa rezando. Él pensó: ‘Ha muerto’. Pero la esposa le respondió: ‘No se entiende, no se entiende. Los médicos dicen que es algo extraño, que parece que se ha curado’. El grito de aquel hombre que pedía todo fue escuchado por el Señor que le dio todo. Esta no es una historia, esto lo he visto yo en la otra diócesis. ¿Nuestra oración es valiente? A Aquel que puede darnos todos, pidámosle todo, como Bartimeo, que es un gran maestro, el gran maestro de la oración. Él, Bartimeo, nos da ejemplo con su fe concreta, insistente y valiente”.
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