Estambul - Era el 22 de octubre de 1991 cuando Bartolomeo Arkhontònis, de 51 años, entonces metropolita greco-ortodoxo de Calcedonia, fue elegido por unanimidad por el Santo Sínodo del Patriarcado Ecuménico como 270 arzobispo de Constantinopla y Patriarca ecuménico. El aniversario se celebró en Estambul, con la divina liturgia celebrada el viernes 22 de octubre en la catedral de San Jorge en el Fanar, la sede patriarcal que se asoma al Cuerno de Oro. En un discurso pronunciado al final de la liturgia, y sin pretender hacer un balance detallado y exhaustivo, el propio Bartolomé explicó con sabiduría cristiana qué criterios y qué caminos ha seguido durante este largo tiempo, lleno de sorpresas, vivido como “primus inter pares” entre los Primados de las Iglesias ortodoxas. “Durante estos treinta años de nuestro Patriarcado hemos rezado desde el fondo de nuestro corazón, 'como servidores de Cristo y administradores de los sacramentos de Dios', pidiendo poder hacer todo lo posible por la estabilidad y el crecimiento de la Iglesia, por la custodia del tesoro, por la fiel continuidad de la Tradición y por el fortalecimiento del Santo Sínodo, en la convicción de que la institución sinodal es expresión de la administración eclesiástica regular en toda Iglesia ortodoxa”, recordó el Patriarca.
En su discurso, Bartolomé recordó su compromiso de estrechar los lazos con otras Iglesias ortodoxas, culminado con la realización del Santo y Gran Concilio de las Iglesias Ortodoxas, celebrado en Creta en 2016, y también con la publicación de “Tomos de autonomía y autocefalía”, destinado, según el Patriarca Ecuménico, a favorecer la “solución de problemas” surgidos durante muchos años para varios grupos eclesiales ortodoxos.
El sucesor del Apóstol Andrés también recordó la contribución ofrecida del Patriarcado Ecuménico “al despertar de toda la humanidad en temas clave como el respeto a la persona humana, la postura frente al cambio climático y la protección de la naturaleza, la paz de los pueblos, la reconciliación, el cultivo de relaciones amistosas entre los países de ambos lados del Egeo, el diálogo y el conocimiento mutuo inter eclesial e interreligioso”. Bartolomé también destacó que “todo el trabajo del Patriarcado Ecuménico no se llevó a cabo con un espíritu de poder mundano, sino en el espíritu del Señor Todopoderoso”. “¿Qué hemos logrado? ¿Qué continuidad, duración o evolución tendrá todo lo que hemos hecho?”, se preguntó el Patriarca, confiando en que el mismo Cristo es “el Maestro de la obra” y “el Señor de la viña”.
Bartolomé solo expresó su pesar humano y pastoral por no haber logrado la reapertura de la Santa y Venerable Escuela Teológica de Halki, cuna en el pasado de teólogos y figuras espirituales que enriquecieron a toda la cristiandad. “Hoy entrando en nuestra cuarta década en el trono ecuménico apostólico y patriarcal y en la archidiócesis de Constantinopla”, añadió el Patriarca Bartolomé en la parte final de su discurso “invocamos la misericordia del Señor y decimos, ‘Señor, como quieras, si quieres, y durante el tiempo que quieras’”.
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