Beirut - Con la renuncia del primer ministro designado Saad Hariri a formar un nuevo gobierno “se abre una nueva etapa en la crisis libanesa”. El resultado parece incierto: puede que se abran nuevas vías de salida, o que el país se hunda aún más en los problemas que lo desbordan”. Así lo dice el sacerdote maronita Rouphael Zgheib, director nacional de las Obras Misionales Pontificias en el Líbano, optando por una actitud de espera más que por un tono perentorio al describir la posible evolución de la dramática situación en el país de los cedros.
Líbano lleva 11 meses sin gobierno. La devaluación de la lira ha provocado una inflación devastadora, en un país marcado por la escasez de combustible, la emergencia por la pandemia, el racionamiento del suministro eléctrico y la ira social alimentada por la falta de identificación de los responsables de la masacre causada por la explosión en el puerto de Beirut . En este contexto, ayer, jueves 15 de julio, el primer ministro en funciones, Saad Hariri, tras presentar la lista de 24 ministros técnicos que había elegido, dimitió de su cargo.
El paso atrás del líder del partido suní “Futuro” ha sido presentado por los principales medios de comunicación como el resultado del tira y afloja que mantienen desde hace meses Hariri y el presidente del Líbano, el ex general cristiano maronita Michel Aoun, sobre la composición del equipo de gobierno. Analistas locales, consultados por la Agencia Fides, consideran demasiado estrecha y parcial la interpretación que remonta la crisis libanesa al enfrentamiento en la cumbre entre el primer ministro y el presidente, y ponen en tela de juicio los factores geopolíticos y las incógnitas que inciden de forma decisiva en los actuales escenarios del País de los Cedros.
En particular, según muchos, el debilitamiento político de Hariri se debe a la falta de apoyo que le brindó Arabia Saudí en el pasado. No ha pasado desapercibido que el primer ministro en funciones, en los numerosos viajes al extranjero realizados en los últimos meses para recabar apoyos internacionales, nunca ha hecho una parada en Riad. En noviembre de 2017, siendo primer ministro del entonces gobierno libanés, Saad Hariri había anunciado por sorpresa su dimisión mientras se encontraba en la capital de Arabia Saudí. Sólo regresó a su casa después de varios días, y en esa ocasión el presidente libanés Aoun declaró que consideraba a Hariri como un “prisionero de facto” de los saudíes.
Teniendo en cuenta la controvertida y complicada dinámica de la política libanesa, los analistas consultados por la Agencia Fides no comparten las consideraciones catastrofistas de los medios de comunicación internacionales que leen la retirada de Hariri como la confirmación de la debacle libanesa definitiva e irreversible. En un escenario lleno de incógnitas, podrían abrirse nuevas hipótesis de “compromiso” entre actores geopolíticos locales y globales interesados en no dejar caer al abismo el frágil pero precioso experimento de “convivencia entre diferentes” que representa el País de los Cedros. Muchos indicios indican que Arabia Saudí desempeñará un papel importante en la evolución de la crisis. En este contexto hay que leer también algunas consideraciones singulares expresadas recientemente por el cardenal libanés Béchara Boutros Raï, patriarca de Antioquía de los Maronitas, que en el último año ha subrayado repetidamente la urgencia de reafirmar y proteger la "neutralidad" libanesa respecto a los ejes de poder que se enfrentan en Oriente Medio. El pasado 8 de julio, participando en la presentación de un libro sobre las relaciones entre la Iglesia maronita y el Reino de Arabia Saudí del abad Antoine Daou, el cardenal Raï ensalzó el "vínculo de amistad" que une a Arabia Saudí con el Líbano y la Iglesia maronita, declarando entre otras cosas que "Riad nunca ha violado la soberanía libanesa".
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