Rumbek – “No tengo dudas sobre el deseo de volver a mi Sudán del Sur, la gente me espera y, más allá de los muchos problemas, hay también una gran esperanza. Y quiero formar parte de ella”. El violento atentado del que fue objeto la noche del 25 al 26 de abril pasado ha dejado profundas huellas en su cuerpo y en su alma, pero no parece haber debilitado en Mons. Christian Carlassare, obispo de Rumbek, el entusiasmo de pastor y el amor por su país de misión.
Tres meses después del trágico suceso, mientras se encuentra en vías de rehabilitación completa tras un largo tratamiento en Italia, en una entrevista con la Agencia Fides el obispo habla de sus esperanzas y expectativas de un pueblo que en estos días celebra el décimo aniversario de independencia, pero que aún está lejos del sueño de una democracia completa y pacífica.
“Fue un momento muy dramático, tuve que encomendarme al Señor pensando que mi trabajo terminaría ahí. Esto me ha concedido desprendimiento y libertad y la conciencia de que nuestro testimonio es válido cuando somos fieles al Evangelio hasta el final, en nuestra fidelidad cotidiana. En este momento estoy esperando con gran paz y libertad interior, dispuesto a volver cuanto antes”, dice, recordando los trágicos momentos del atentado.
“Las tres primeras semanas – relata -, estuve inmóvil en la cama y, tras una sencilla operación inicial de vendaje en el propio Rumbek para detener la pérdida de sangre, me trasladaron a Nairobi. Allí me quedé hasta hace unas semanas. Me sometieron a 6 operaciones diferentes, empecé a caminar de nuevo con muletas y a partir de cierto momento mi estado mejoró visiblemente. Ahora he venido a Italia, a mi pueblo en la zona de Vicenza, sin muletas y tengo que hacer ejercicio para recuperarme del todo”.
Mientras tanto, la investigación sigue su curso: “Hasta ahora no hay ninguna versión oficial – señala -. Se han producido varias detenciones y en este momento hay seis personas que siguen en prisión: han sido trasladadas de Rumbek a Juba, una clara señal de que el caso va a parar al tribunal de la capital. Los seis actualmente encarcelados forman parte de una familia que actuó en favor de los intereses del clan que, con toda probabilidad, no estaban de acuerdo con mi nombramiento. Pero el atentado, no hace falta decirlo, no ha beneficiado a nadie, nadie se ha beneficiado al final”.
Sobre el hecho de que parece que los agresores procedían de círculos católicos, “me gustaría reiterar – ha dicho- que si una familia presiona por sus propios intereses hasta el punto de utilizar la violencia, poco importa que sean cristianos o de otras confesiones, son individuos armados que deciden cometer estos actos”. Al final, han atraído sobre sus personas mucho resentimiento de la mayoría de la población, mientras que se ha producido una auténtica carrera de solidaridad hacia mí, tanto de la gente de Rumbek como de los sudaneses del sur en Kenia, que incluso vinieron a visitarme: una reacción muy positiva que da esperanzas de que la población tome partido contra la violencia sin sentido. Para mí, en todo caso, lo que cuenta es el bien de la Iglesia y del país, no espero cosas para mí, la diócesis debe ponerse en marcha, comprendiendo y purificándose”.
Mientras tanto, en la diócesis de Rumbek se han hecho nuevos nombramientos para la dirección y la pastoral a la espera de que el padre Christian se reincorpore a su puesto. “En primer lugar, he hecho lo que he podido por mi salud y creo que puedo volver lo antes posible. Sin embargo, es muy importante que se haga todo lo posible para resolver el caso y, tal vez aún más crucial, que la diócesis tenga una vía dentro de sí misma de regeneración para garantizar la seguridad y la posibilidad de trabajar y tomar decisiones. En mi ausencia, un administrador apostólico ha sido nombrado por el Vaticano en la persona del obispo de la diócesis de Wau Mathew Remigio. Tiene plena autoridad en la diócesis y en la conducción del proceso, y puede contar con un equipo de colaboradores formado por el padre Andrea Osman, sacerdote de la diócesis nombrado vicario general, dos religiosas y un sacerdote jesuita, además de un laico”.
De fondo está la situación de Sudán del Sur, un país que ha vivido largos periodos de conflicto, hambruna, pobreza y emergencias humanitarias desde su independencia en 2011. En los dos últimos años, gracias a los acuerdos de paz y a la puesta en marcha de una primera experiencia de gobierno de unidad nacional, se ha renovado la esperanza de volver a la normalidad. Pero los continuos enfrentamientos, la miseria y las dificultades en el camino del desarrollo corren el riesgo de mortificarlo una y otra vez. Monseñor Carlassare afirma: “Es un momento de gran esperanza para Sudán del Sur que nos hace mirar al país con un poco más de perspectiva. Hay dos elementos a tener en cuenta, el primero es que la paz es siempre muy frágil, siempre está sujeta a límites y situaciones de violencia que la minan. Es un largo camino que hay que recorrer sin asustarnos por lo lejos que nos puede llevar. Hay informes de constantes enfrentamientos y situaciones graves que deben resolverse a nivel local. Un ejemplo clásico es el estado del Alto Nilo, que sufre graves tensiones debido a la asignación de tierras con un sistema tribal que no puede funcionar. Hay que educar a la gente para que conviva y el gobierno, al mismo tiempo, debe demostrar que trabaja por la seguridad. La segunda es la excesiva circulación de armas. La propia zona de Rumbek, al igual que muchas otras, está sometida a una enorme circulación de armas que acaban en manos de civiles no controlados por el gobierno. Es el resultado del conflicto que trajo las armas y las entregó a quienes no debían tenerlas. Es inevitable que se genere miedo e incertidumbre: en muchas zonas hay enfrentamientos en las calles, sobre todo donde hay recursos, porque la gente va a tomarlos por la fuerza con las armas”.
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