Naandi – “Cuando llegué a Sudán del Sur, la misión de Naandi en la que me encuentro, cerca de la frontera de Sudán del Sur con la República Democrática del Congo y Uganda, sólo tenía una iglesia de ladrillos, totalmente en ruinas y vandalizada por las hordas islámicas. Todas las demás estaban hechas exclusivamente de hierba y ramas de árboles”, escribe el padre Christopher Hartley Sartorius a la Agencia Fides. “Lo primero que me pidió la gente fue: 'Padre queremos una iglesia de ladrillos, sin iglesia somos como animales' me dijo un feligrés”. A partir de ese momento, las distintas comunidades se comprometieron a fabricar los ladrillos con sus propias manos, así como a donar el terreno en el que construir la nueva casa de Jesús. Ladrillo a ladrillo se han hecho realidad los sueños milenarios de un pueblo creyente y sufrido”, subraya el misionero que llegó a Naandi en 2019 .
Las dos iglesias de Andari y Baragu en la misión de Naandi, que están prácticamente terminadas, son enormes y pueden albergar a casi 700 fieles. El padre Christopher dice que estos edificios son el centro de la vida de estas personas, representan un juramento, son un testamento de la lealtad de la Iglesia a su ciudad. “Cristo está aquí, la Iglesia está aquí, el obispo y su pastor están aquí, y no se van, pase lo que pase. No puedo explicar con palabras la emoción de la gente al entrar por primera vez en la iglesia”.
A pesar de que la temporada de lluvias ha comenzado en el país y de que llueve sobre los fieles casi todos los domingos, todos los presentes siguen queriendo celebrar en la nueva iglesia. “Todavía faltan muchos detalles para terminar la obra, las ventanas aún no han llegado de Kampala, los bancos de la iglesia no existen y tenemos que hacerlos nosotros. Además, estamos imprimiendo las imágenes sagradas en España en un material resistente para poder colgarlas con un marco hecho por nosotros con madera local”.
“Los fieles de estos pueblos llevaban toda una vida esperando una iglesia, era lo único que querían. No les importaba el estado de sus chozas ni si el agua estaba más o menos lejos o si caminaban kilómetros y kilómetros hasta sus huertos. Querían su iglesia”, concluye.
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