Mbabane - Continúa la violencia en el pequeño Estado sudafricano de Eswatini. El detonante de las protestas de miles de ciudadanos, semanas atrás, fue el asesinato de un joven estudiante de derecho, Thabani Nkomonye, a manos de la policía, el pasado mes de mayo. Pero más allá de este triste episodio, ha sido la dureza del régimen al que está sometida la población desde hace tiempo, lo que desencadenó las imponentes protestas que han reunido a miles de manifestantes. Se acusa al rey Mswati III de oprimir al poco más de un millón de habitantes y de no querer fomentar el proceso democrático del país. El rey ha respondido a las manifestaciones bloqueando Internet, imponiendo el toque de queda y desplegando las fuerzas armadas. Según los activistas, se han producido muchos muertos y heridos. La situación está casi en el caos, como lo demuestra una declaración del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos del 6 de julio, que habla de “profunda preocupación”.
El Rev. Zwanini Shabalala, secretario general del Consejo de Iglesias de Suazilandia, ha explicado a la Agencia Fides en una conversación telefónica, el difícil momento que atraviesa el pequeño país. “Desde que el primer ministro Themba Masuku prohibió la posibilidad de presentar peticiones, hemos visto cómo la situación se ha ido precipitando día a día. La llamada ‘estrategia de la petición’ era la única forma de que el pueblo ejerciera su derecho constitucional de expresión de la manera más formal y correcta: pidiendo a los centros de poder de los distritos y a los parlamentarios que escucharan las peticiones de la población. El gobierno inicialmente mostró tolerancia y, aunque las peticiones estaban claramente en desacuerdo con la política del ejecutivo, al menos permitió un punto de encuentro entre el poder y el pueblo. Pero a esta aquiescencia inicial le siguió un anuncio de cierre emitido el 24 de junio, que perturbó la paz de nuestro país, frustrando especialmente las esperanzas de la juventud. De hecho, en los últimos días de junio, cuando se prohibió la petición presentada por el diputado Mduduzi Simelane -uno de los políticos que piden elecciones del primer ministro-, la situación se precipitó y se produjeron enfrentamientos, saqueos e incendios por parte de los manifestantes en todo el país. Desde entonces, el despliegue de las fuerzas armadas -que no están bien entrenadas para este tipo de situaciones- ha sido masivo y existe gran temor de que Eswatini se convierta pronto en un estado militar con ley marcial. El hecho de que en algunos casos las fuerzas armadas hayan llevado ante la justicia a elementos desviados que querían aprovecharse del caos, no debe inducirnos a pensar que la situación está de nuevo bajo control. Después de los primeros días, se restableció Internet, pero todas las redes sociales siguen bloqueadas. A día de hoy, se ha informado de la muerte de más de 50 personas, aunque las cifras son difíciles de verificar en una situación así”.
Desde hace algún tiempo, el pequeño estado del sur de África vive una situación de emergencia, agravada por el elevado número de víctimas del SIDA. En los últimos tiempos, la población, vejada por una prolongada crisis económica agravada por la llegada del Covid, especialmente virulenta en la vecina Sudáfrica desde el principio, a diferencia de otros países africanos, y asfixiada por medidas antidemocráticas, ha querido hacer oír su voz de forma masiva.
“La pandemia ha empeorado todo. Muchos han perdido sus empleos y el nivel de pobreza en el país ha aumentado – continúa explicando el secretario general del Consejo de Iglesias -. Para los jóvenes, las oportunidades educativas y laborales han disminuido y cuando los jóvenes no ven un futuro, la situación se vuelve incandescente. Además, el Covid ha golpeado una condición económica ya precaria y muchos negocios han tenido que cerrar como consecuencia de las restricciones impuestas, que han limitado la movilidad y el comercio, y a medida que la pobreza ha aumentado hemos visto un incremento de la violencia, especialmente la de género: se han cometido muchos abusos en el seno de las familias y muchas niñas han tenido que dejar la escuela al quedarse embarazadas”.
“Pero además de este tipo de violencia – añade -, han aumentado los abusos de la policía u otras fuerzas, y la gente ha perdido la confianza en los organismos de seguridad. A esto hay que añadir un sistema nacional de salud muy débil, la falta de vacunas, la escasez de medicinas, así como una red de infraestructuras deficiente, también puesta a prueba por los recurrentes ciclones. Por todo ello, nuestro país, famoso por su nivel de paz, se ha sumido en la violencia, y sus ciudadanos exigen que se garanticen al menos unos servicios mínimos. Desde hace algún tiempo, los grupos políticos pertenecientes al frente progresista o prodemocrático han dado la voz de alarma sobre una deriva autocrática, pero a menudo son silenciados: nuestro modelo de gobierno no permite a los partidos políticos participar en el sistema electoral y los elegidos para el parlamento son designados en función de sus méritos personales en las 59 circunscripciones. Por ello, en los últimos tiempos se han multiplicado las peticiones, en particular de los jóvenes que entregan a sus representantes en el parlamento, en las que, entre otras cosas, exigen un primer ministro elegido democráticamente. Otras peticiones se referían a los servicios mínimos, el elevado desempleo y la brutalidad policial”.
En esta situación, la posición de las Iglesias se vuelve fundamental. Con el llamamiento a la paz y al diálogo, basado en una larga tradición de presencia y activismo en la sociedad suazi, todas las iglesias han querido hacer oír su voz.
“El Consejo de Iglesias de Suazilandia sigue llamando a la calma y exige que todas las partes se sienten pacíficamente alrededor de una mesa y hablen. Sabemos que no será fácil pero también que es el único camino posible y el que Dios quiere que promovamos como Iglesia. En este sentido, nos hemos comprometido a dialogar con todos los actores de esta etapa del país y ya estamos llegando a algunos de ellos, como el gobierno, las estructuras políticas tradicionales y la sociedad civil. También estamos activando nuestros organismos ecuménicos regionales, como la Fraternidad de Consejos Cristianos de África Meridional, la Conferencia de Iglesias de toda África y el Consejo Mundial de Iglesias, para presionar a la Unión Africana, a la Comunidad de Desarrollo de África Meridional y a la ONU para que den prioridad a la situación de Eswatini” concluye el Rev. Zwanini Shabalala.
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