Shire – “Cuando llegué a Etiopía reinaba la paz y nada indicaba ‘la tormenta de la guerra’. Sí, se notaba que había tensiones entre el gobierno nacional y el de Tigray, se veía que mucha gente de Tigray, que antes vivía en otras regiones del país, volvía a la región porque había tensiones. Hasta el 3 de noviembre”. Así comienza la historia de la hermana Monica Neamţu, hermana de la caridad, que lleva casi tres años de misión con una comunidad de religiosas en Shire, Tigray. Las hermanas comparten la angustia que vive la población de Tigray. Contactada por la Agencia Fides, la Hna. Mónica Neamţu describe con detalle lo ocurrido desde la noche del 3 de noviembre de 2020, momento en el que las cosas se desmoronaron. “Nos quedamos sin luz y sin teléfono, a la mañana siguiente nos enteramos de la noticia: 'Guerra Civil'. Yo nací en tiempos de paz, así que no tenía ni idea de lo que me esperaba. Toda la región de Tigray está bloqueada, después de la luz y el teléfono descubrimos que incluso los bancos estaban cerrados. Todo está parado y nosotros también. Empezamos a ver llegar a Shire a muchos desplazados que vivían en las ciudades cercanas a la región de Amhara, como Humora y muchas otras. Estaban durmiendo en la carretera, bajo los árboles. La gente del pueblo inmediatamente hizo todo lo posible por recoger algo de comida para ir en su ayuda”.
“Al mismo tiempo - continúa la hermana Mónica -, había mucha confusión, la gente seguía moviéndose completamente desorientada, con miedo, buscando un lugar seguro. Daba la sensación de que los soldados que habían rodeado la región tenían como objetivo Mekele, la capital de Tigray, sede de los dirigentes de la región. Esta realidad continuó durante más de una semana. Entonces, el 16 de noviembre, empezaron a oírse los sonidos de los bombardeos, señal de que la guerra se acercaba a Shire; la gente que solía llenar las calles empezó a disminuir. El día 17, en el silencio de la mañana, oímos que las bombas pasaban por encima de nuestra casa. ¿Dónde caerán? ¿Dónde ir? Luego, el silencio. Un guardia llegó y nos invitó a correr por nuestras vidas. Toda la gente de la ciudad corría para ponerse a cubierto con la esperanza de salvarse. Pero nosotras... ¿a dónde ir? ¿se podría encontrar un lugar seguro en esta situación? Luego, de nuevo el silencio, un silencio sepulcral, y uno espera, ¿el qué? Dios lo sabe. Luego más bombas. Hacia las 10 pasaron los primeros tanques, los primeros de una larga fila, seguidos por soldados. Durante más de una semana vimos pasar a más de uno. Y por casi dos días no vimos a casi nadie moverse por las calles. Luego, tímidamente, la gente de la ciudad comenzó a salir. Incluso algunas personas vinieron a nuestro centro de salud, el pequeño hospital que, en tiempos normales, recibe al menos 300 personas cada día. Visto que estábamos vivas decidimos de inmediato volver a abrir y ponernos al servicio de la gente, especialmente de las mujeres embarazadas. También nos enteramos de los numerosos cadáveres que estaban abandonados alrededor de las iglesias. Los soldados federales habían tomado posesión de Shire. La gente se sintió un algo aliviada, si se puede decir así, porque aquí solo había soldados federales y no de Eritrea. Aquí hay terror a los eritreos, temen hasta su nombre. Y su miedo está bien motivado”.
“Estar allí en esa situación fue un reto y sigue siéndolo. No es fácil ver, o mejor dicho, participar en esta terrible historia en la que en nombre de la justicia un hombre levanta la mano contra otro que es su hermano. ¿Cómo no ver y sentir la desesperación de la gente que, para escapar de la muerte, caminó durante días sin nada, enfrentándose a todos los peligros de la situación? ¿Cómo no sentirse involucrado en el dolor de tantas personas que no pueden llegar a sus seres queridos y no saben si están vivos o muertos? ¿Se puede permanecer indiferente ante las numerosas mujeres embarazadas que no pudieron encontrar un lugar seguro para dar a luz a su recién nacido y que durante días y noches se encontraron en medio de la carretera? ¿Cómo no conmoverse al ver cómo la gente caminaba durante horas para encontrar un médico, llevando a sus enfermos a hombros, con ‘una camilla’ hecha con unos tablones de madera o, para los más afortunados, con un burro y una carretilla? Fue como retroceder en el tiempo y ver a la gente en los días de Jesús. ¿Cómo no sentirse turbado ante la mucha gente que viene a pedirte algo de comer para sobrevivir? Aunque la situación no nos garantice nada, estamos contentas de estar vivas, no día a día, sino momento a momento. Y damos gracias a Dios todos los días porque aún hoy y hasta hoy... estamos vivas.
A la pregunta ¡¿Cómo estás?’ los tigrinos suelen responder ‘Gracias a Dios’. Lo hacían antes de la guerra y lo siguen haciendo hoy. Han pasado seis meses y esta guerra continúa. Siempre tenemos la esperanza de que tal vez el día de mañana se acabe y al mismo tiempo vivimos en la incertidumbre de empeorar y no saber por cuánto tiempo más. Todavía hoy siguen llegando muchos evacuados que llenan la ciudad. Todavía hoy, mientras escribo estas pocas líneas de mi experiencia, el hombre es cada vez más pisoteado en su dignidad, anulado, abusado, maltratado hasta la muerte e incluso después. Así que hago mía la pregunta: ¿Dónde estás hombre...? ¿Dónde está tu dignidad como persona humana? ¿Dónde está tu humanidad? Esto es una pequeña parte de mi vida en la Shire - concluye la misionera-. No se puede expresar todo. Lo que he sentido profundamente y lo que me ha sacudido como persona, queda ahí como un tesoro de mi historia con el hombre y con Dios, en este momento histórico de Tigray”.
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