Santa Cruz – “En este día en que conmemoramos a todos los fieles difuntos en nuestro corazón se mezclan dolor y recuerdos, preguntas y dudas, en particular en esta tragedia mundial del coronavirus que se ha llevado repentinamente tantos hermanos y hermanas. Sin embargo, como cristianos, no podemos quedarnos solo con estos sentimientos profundamente humanos, sino que tenemos que mirar con los ojos de la fe el misterio de la vida y de ‘nuestra hermana muerte’ como la llamaba san Francisco. Hermana muerte porque nos abre la puerta a la vida eterna que nos espera en Cristo resucitado a los que han creído y creemos en Él”. Con esta exhortación el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti, ha iniciado la homilía durante la concelebración eucarística que ha presidido ayer, 2 de noviembre, en el día de la Conmemoración de todos los difuntos, en la Basílica de San Lorenzo mártir. Con él han concelebrado los obispos auxiliares, el Vicario general y otros sacerdotes.
“La mesa eucarística de la Palabra y del pan de vida pone en evidencia los elementos centrales del misterio de la Resurrección: la vida, comunión y gratitud, esperanza” ha seguido explicando el Arzobispo, que ha dicho: “La Eucaristía es gratitud, nuestra mejor manera de agradecer al Señor por las personas que nos han dado la vida y por los que nos han iniciado a la vida de fe. Además de nuestros hermanos y amigos, esta mañana recordamos en particular por todos los Pastores que han entregado su vida al Evangelio y a la Iglesia que peregrina en Santa Cruz, como los sacerdotes P. Jorge Robles, José Bialasik y P. Ignacio Roca. Víctimas del COVID19, y los Arzobispos Mons. Luís Rodríguez, y nuestro amado Cardenal Julio Terrazas, cuyo 5º aniversario de su regreso a la casa del Padre celebraremos el 9 de diciembre próximo”.
En su homilía, el Arzobispo ha recordado que en este momento histórico parecía que la humanidad había alcanzado las metas más sensacionales desde el punto de vista científico y técnico, del dominio de la naturaleza, en cambio “nos encontramos en una sociedad de muerte e impotente ante un virus invisible. Muerte causada en mayor medida por el hombre: guerras, terrorismo, totalitarismos, conflictos, pobreza, hambre, contaminación del ambiente y de la biodiversidad”.
Luego ha recordado la fiesta de Todos los Santos, en la que se “«la multitud inmensa, que nadie puede contar… que lavaron sus ropas en la sangre del Cordero», y nos abre a la esperanza de que, gracias a la sangre de Cristo en cruz, un día compartiremos con nuestros hermanos difuntos la alegría de estar juntos en la presencia de Dios y de escuchar la invitación gozosa de Dios”.
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