Padua - "Cada vez que vivo la santa misa hago este pequeño gesto: después de comulgar, `mastico' un trozo de la partícula/cuerpo de Cristo por el p. Gigi, rezando por él y diciendo: `este pan es para ti, hermano mío' ". Es el testimonio de Silvia Sandon, una cristiana de Montemerlo que llegó a Fides. "Pienso que para todo cristiano no es fácil estar sin la posibilidad de recibir a Jesús Eucaristía y para un sacerdote, para Gigi, ¡más aún! Me pregunto cuánto siente esta falta en su cautiverio. Creo que Gigi reza mucho: por sus secuestradores, por la gente de su parroquia, por su familia y sus hermanos, y estoy seguro de que todas nuestras oraciones que, de alguna manera, suben diariamente por él, se convierten en abrazo, consuelo, calor y apoyo".
Silvia prosiguió su historia: "Conociendo la mansedumbre del p. Gigi, me lo imagino viviendo tranquilamente en esa condición de encarcelamiento, con todo lo que ello implica: la imposibilidad de ser libre para moverse, hablar, manejar la vida cotidiana de lo personal, desde las necesidades básicas hasta las relaciones interpersonales, desde lo físico hasta lo mental. Pensar en Gigi en cautiverio me hace pensar en mi libertad de poder vivir en cualquier momento y lugar, en lo que puedo hacer sin que nadie me diga nada. ¡El gran valor de nuestra libertad! Que Dios la guarde siempre y nos ayude a usarla para el bien de los demás, para una continua restitución a Él de lo que recibimos gratuitamente".
Otro testimonio recibido por Fides es el de Franco Crestale, de la comunidad cristiana de Feriole , amigo del p. Pier Luigi Maccalli, quien habló de él y de la larga espera de su liberación: "Estamos tentados a caer en el precipicio del desaliento. La fotografía del p. Gigi que tengo en mi mesa no es la de un rehén anónimo, visto en el periódico o en los medios de comunicación, de aquellos a los que miras por un momento, te hace pensar, pero luego pasa inevitablemente. Estoy viviendo la cosa directamente sobre la piel: ¡Sé muy bien quién es! Me identifico con mi amigo, hermano, misionero y miro el rostro del p. Gigi, familiar, dulce y suave. Ese rostro no ha perdido su habitual luz benévola y contagiosa. Estoy seguro de ello".
"Veo su rostro irradiar la luz especial del apóstol dispuesto también a asumir consecuencias extremas a causa de su apostolado: es el misionero quien realiza su misión sabiendo que el precio puede ser también muy alto. En el silencio de su cautiverio nos susurra, nos habla, nos grita el modelo de santidad, de amor perfecto que lo motivó en su camino de servicio total. Comprendo muy bien lo que puede costar ser un cristiano, querido padre Gigi. Es ahora, mientras estás solo, aislado del mundo, en ausencia de tus noticias, cuando empiezo a comprender hasta qué punto el sacrificio y el precio vienen en nombre de una causa justa. Pero no estás solo, no estás abandonado ni desesperado, tienes como punto de referencia al mayor amigo que es Jesús que, como tú, hizo perfectamente la voluntad del Padre. Que tu ejemplo, tan cercano e impulsor, me ayude a aumentar mi confianza en Dios, a aceptar las dificultades de mi vida cotidiana, a mejorar mi disponibilidad para con mi prójimo y, en particular, para con mis hermanos y hermanas necesitados", añadió Crestale. .
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