Irondale – “La gente no necesita religiosos que sean como uno de ellos, al igual que los niños no necesitan padres que sean sus amigos o compañeros. Necesitan religiosos que los guíen hasta el cielo”. Así lo sostiene la hermana Miriam del Cordero de Dios, fundadora de las Hijas de María, Madre de la Esperanza de Israel, explicando la importancia que las comunidades consagradas en América otorgan a su hábito para ofrecer testimonio cristiano de misión y evangelización.
En declaraciones a la Agencia Fides, la hermana Miriam comenta que quería reanudar el uso del hábito hasta los pies algo que le llamó la atención cuando era una joven judía que no conocía la fe católica. “La gente se acerca a menudo preguntándome: ¿eres monja? ¡Pensé que ya no había! Y me piden oraciones. El hábito trae esperanza a la sociedad y al mundo”, concluye. Sor Marie Andre, abadesa del monasterio de Nuestra Señora de la Soledad en Tonopah , -según explica a la revista estadounidense “National Catholic Register”- explica que “amamos nuestros hábitos. Aunque no lo parezca son prácticos para nuestra vida contemplativa, incluso en el desierto. Estamos cubiertas de pies a cabeza como la mayoría de las personas que viven en tierras áridas y muy calurosas”.
Según el hermano Glenn Sudano, sacerdote y cofundador de los frailes franciscanos de la Renovación, la prenda recuerda la identidad de un fraile capuchino y los votos de pobreza, castidad y obediencia, representados por los tres nudos del cinturón que une su túnica gris. “Nos vestimos así todos los días”, explica. “Si me encontraras en el metro, en un avión o en casa, siempre me verías así”. "La reacción al hábito es positiva aunque algunos jóvenes no saben quiénes somos. Viajamos a menudo, y la gente nos respeta. Llevamos nuestro hábito con una sonrisa”, concluye.
La hermana Clare Matthias, superiora general de las Hermanas Franciscanas de la Renovación, también destaca que la forma típica de vestir a las religiosas las hace fácilmente identificables y, por lo tanto, “dice a las personas que estamos aquí para ayudarlas”. “No puedo caminar por la calle sin que alguien me detenga porque quiere hablar conmigo”, señala. “La gente habla con nosotros inmediatamente y comparten sus vidas y nos piden oraciones”. “En Nueva York ahora somos parte del panorama social pero cuando salimos de la ciudad, la gente se sorprende al vernos con el hábito. Una sorpresa que a menudo se convierte en curiosidad y, por lo tanto, una razón para dar testimonio de la propia fe”.
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