ASIA - El tortuoso camino de la democracia “con tracción delantera” en Asia Central

Almaty - Existe un componente político cultural, social y económico, que representa un rasgo común en las naciones de Asia Central: Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kirguistán y Tayikistán, los cinco ‘stán’, como se define a estos países del la ex Unión Soviética, Repúblicas demasiado jóvenes y con rastros de democracia mal definidos en su código genético. Lo explica a la Agencia Fides el p. Edoardo Canetta, misionero en Kazajstán durante veinte años, cinco de los cuáles pasados como vicario general de Asia Central, y hoy profesor en la Academia Ambrosiana de Milán: “En cada uno de esos cinco países es muy difícil encontrar una gran tradición política o de partido: es algo inevitable después de 70 años de gobierno comunista. En esa zona del mundo, además, el poder está ligado a dinámicas locales: todavía existen divisiones étnicas y de clanes que no siempre son declaradas, pero que tienen mucho peso sobre las opciones políticas. Por eso, no necesariamente toda manifestación callejera es una demostración de democracia”, explica, refiriéndose en particular a la crisis de Kirguistán de las últimas semanas. “Viajando por estos países como Vicario General, he podido observar que, a pesar de los intentos de acercarse a los parámetros occidentales, la realidad política de estos países aún está impregnada de la dinámica de su herencia nómada. En el pasado, si no había un líder a quien seguir, la gente no se movía, pero si este líder no tenía el consentimiento de la gente, no iba a ninguna parte. Es lo que a menudo he definido como ‘democracia con tracción delantera’, es decir, caracterizada por líderes políticos bastante autoritarios; pero los dirigentes, sin apoyo popular, no tienen futuro”, explica don Canetta.
En otoño de 2020, los votantes de Kirguistán y Tayikistán han sido llamados a las urnas -en el primer caso fue un voto parlamentario, en el segundo fue un voto presidencial- dando lugar a dos escenarios aparentemente diametralmente opuestos. Por un lado, el pueblo kirguís, ante las pruebas de fraude, en las horas posteriores a la votación se lanzó a las calles de Bishkek, la capital del país centroasiático, para exigir la anulación de las elecciones en las que el filo ruso Sooronbay Jeenbekov resultó ganador. La crisis, rebautizada como la ‘tercera revolución kirguisa’, se resolvió solo dos semanas después con el ascenso al poder de Sadyr Japarov, una figura controvertida, vinculada a clanes criminales, que de hecho ha centralizado todos sus poderes, traicionando de alguna manera las intenciones demócratas de la revolución. Por otro lado, Emomali Rahmon fue elegido presidente de Tayikistán por sexta vez, con más del 90% de los votos: esto significa que el poder en el país de Asia Central ha estado en las mismas manos durante 28 años y que, si Rahmon completara el mandato, el período se ampliaría a 35 años. Si, como explica el investigador Davide Cancarini a la Agencia Fides, Kirguistán tiene al menos una apariencia de democracia, en la que la población tiende a rebelarse contra decisiones que considera injustas, en Tayikistán esto no sucede: junto con Turkmenistán, el país que lidera Rahmon, es el más autoritario de Asia Central y, según los observadores, uno de los más autoritarios del mundo.
Habiéndose independizado de la Unión Soviética en 1991, las cinco naciones, por tanto, tienen ante sí un camino hacia la consecución de la democracia que aún es bastante incierto y que a menudo, como explica a la Agencia Fides el académico e investigador Davide Cancarini, tiene una connotación más económica que política: “Está surgiendo un modelo basado en 'aperturas autoritarias' que recuerda vagamente - aunque la comparación pueda parecer arriesgada- al modelo chino”. En particular, dice el investigador, Uzbekistán parece ser un precursor en este sentido: “Tras la muerte del presidente autoritario Islom Karimov, su sucesor Shavkat Mirzayev parece escuchar más las necesidades de los ciudadanos, pero no se puede decir que se haya abierto desde un punto de vista democrático. Lo que está tratando de hacer Mirzayev es abrir el país económicamente para fomentar la afluencia de inversión extranjera y el nacimiento de un tejido empresarial local. También lo hace porque es consciente de que, en Uzbekistán, un país de 32 millones de habitantes, incluidos muchos jóvenes, el desempleo puede convertirse en un problema social a punto de estallar”.
Kazajstán parecía haber dado un paso hacia la democracia el año pasado, con la dimisión de Nursultan Nazarbayev, al frente del país desde 1990. Pero, según Davide Cancarini, la realidad ha resultado muy diferente: “El modelo de Nazarbayev no es un ejemplo virtuoso: dio un paso atrás favoreciendo la subida al poder de Tokayev, uno de sus hombres y no ha cambiado mucho la situación. En Kazajstán, por esta misma razón, se alzaron las protestas debido al hecho de que muchos ciudadanos kazajos que estaban deseosos de que Nazarbaev se hiciera a un lado, tomaron medidas para aprovechar el momento. Las aperturas democráticas que se esperaban no se han realizado. Tokayev sigue los pasos de Nazarbayev, quien, según algunos, sigue siendo el presidente en la sombra”.




Agenzia Fides
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