Johannesburgo - “Demasiados migrantes son explotados, especialmente los que no tienen documentos"”, lamentó monseñor Buti Tlhagale, arzobispo de Johannesburgo, en su discurso con motivo de las celebraciones en Sudáfrica por el 50 aniversario del establecimiento del Symposium of the Episcopal Conferences of Africa and Madagascar que tuvo lugar en Durban.
Al referirse a los inmigrantes indocumentados que viven en Sudáfrica, aseguró que “muchos reciben salarios de esclavos y son continuamente amenazados con ser arrestados. Algunos son víctimas de policías corruptos. Y, por si esto fuera poco, muchos son víctimas de la xenofobia. Incluso cuando las comunidades locales protestan por la falta de servicios públicos, culpabilizan a los ciudadanos extranjeros, acosándolos, atacándolos o destruyendo y saqueando sus tiendas”. “Es injusto que los migrantes y refugiados se conviertan en chivos expiatorios por las obvias deficiencias del gobierno y las autoridades locales”, subraya.
Monseñor Tlhagale reconoce que hay un problema de delincuencia relacionado con la migración que exacerba los ánimos de la población y corre el riesgo de criminalizar a todos los miembros de las comunidades extranjeras presentes en Sudáfrica. Entre los migrantes “hay personas que están muy involucradas en el tráfico de drogas”, explica. “Las drogas se han convertido en un flagelo en algunas de nuestras comunidades. Así que la rabia es comprensible. Hay migrantes involucrados en robos y tráfico de seres humanos. Las aberraciones de algunos no deberían conducir a la condena general de toda la comunidad de migrantes y refugiados”, advierte Mgr. Tlhagale.
“El pecado grave que cometemos en nuestro tiempo es el pecado de indiferencia ante la condición de los demás. Cruzamos la calle como el sacerdote y el levita. No queremos ver, no queremos saber. Tenemos corazones de piedra. Medimos el valor de las personas aplicando los criterios erróneos de raza, nacionalidad, cultura y religión”, indica el arzobispo. “Cuando discriminamos a nuestros hermanos africanos, traicionamos nuestra propia humanidad, disminuimos nuestro honor y el valor de las personas humanas. Ocultamos la imagen de Dios impresa en nuestros rostros y en nuestros corazones. El hecho es que somos criaturas que encuentran la perfección solo al establecer una relación con los demás. Es esta reciprocidad la que nos hace verdaderamente humanos. Es una relación recíproca que cruza fronteras artificiales, fronteras geográficas, líneas culturales y divisiones raciales. Las relaciones entre personas, independientemente de su origen, idioma, raza o cultura, son cálidas y agradables. Si están envenenadas es por un prejuicio que está incrustado en la sociedad”, concluye el obispo Tlhagale.
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