Karamoja - Permanecen sentados todo el día, hasta las dos o las tres de la noche, al borde de las calles, con las manos tendidas hacia los transeúntes para pedir alguna moneda. No pueden comer algo caliente, ni ir a la escuela, jugar, lavarse o sentirse seguros. Son niños del área de Karamoja, una de las más pobres del noreste de Uganda, que se ven obligados por adultos a pedir limosna en la capital, Kampala.
Para contrarrestar esta vergonzosa plaga social, alimentada por las condiciones de absoluta miseria en las familias de los pequeños, la hermana Fernanda Cristinelli, misionera comboniana, trabaja para poner en marcha un centro de día para niños, donde poder realizar programas de apoyo escolar y reintegración familiar.
La hermana Fernanda, lha estado diez años como misionera en Uganda, otros diez en Kenia, después de un corto periodo en Roma, ahora está de vuelta en Uganda, como coordinadora de la oficina para mujeres en la diócesis de Moroto.
“El regreso a Uganda me ha puesto frente a un fenómeno que nunca había visto en Kampala años atrás” dice en una nota recibida en la Agencia Fides. “Niños de 3 a 10 años y niñas de 12 a 14 años de edad, en las carreteras y calles, las más concurridas de la capital, mendigando y con mujeres adultas que los controlan. Los pequeños saltan a las máquinas en el tráfico impredecible de las calles de Kampala para pedir limosna y las chicas, con bebés sobre sus hombros, hacen lo mismo.
Otros niños se ponen en el suelo con las manos abiertas para pedir y permanecer allí durante horas, bajo temperaturas febriles o de intemperie. Todo esto se suma al hecho de que viven en tiendas al borde de la ciudad, entre el barro cuando llueve. Tienen una vida que no es digna ni para niños ni para adultos”", continúa la misionera.
“Con las mujeres de la diócesis, hemos intentado crear programas de concienciación y alfabetización, que en porque en Karamoja menos del 20% sabe leer y escribir. Es por eso que pensamos crear un lugar cerca de donde viven, para acompañarlos a tener una vida verdaderamente digna. Tener un punto de referencia para ellos, donde puedan venir, darles la bienvenida, jugar un poco, darles algo de comer, hablar con ellos y entenderlos mejor, agruparlos y hacerles sentir que la infancia es algo diferente de quedarse en la calle, este es el objetivo de nuestro proyecto”, concluye la hermana Cristinelli.
La diócesis de Moroto tiene una población de 520,000 habitantes, de los cuales 328,000 católicos, 6720 bautizados, divididos en 11 parroquias con 14 sacerdotes.
Publicar un comentario