Ulán Bator – El obispo Wenceslao Padilla, de la Congregación del Inmaculado Corazón de María , primer obispo de Mongolia, ha fallecido este 25 de septiembre, a los 68 años, debido a un ataque al corazón.
Ha sido el obispo que ha acompañado durante los últimos 26 años los pasos de la joven iglesia en Mongolia.
Mons. Padilla, de nacionalidad filipina, fue enviado de misión a Mongolia en 1992, como superior de la “Missio sui iuris”, tras la reapertura de la nación después de la desintegración de la Unión Soviética y ya no dejó nunca el país.
Hoy los fieles de la Iglesia local están de luto y lo recuerdan como una persona de gran fe, que dedicó toda su vida a los pobres y a la educación de los niños y de los jóvenes.
En un mensaje enviado a Fides, Pablo Virgilio David, vicepresidente de la Conferencia Episcopal de Filipinas y obispo de Kalookan, ha expresado las condolencias de la Iglesia filipina a la Iglesia de Mongolia, “la iglesia católica más joven del mundo”, elogiando la contribución del obispo Padilla a la evangelización en Mongolia. “Mons. Padilla trabajó con todo el corazón, hizo su mejor esfuerzo, se entregó sin reservas a un pueblo extranjero, en una tierra lejana. Dios lo usó para tocar los corazones de muchas personas en Mongolia”, ha recordado.
Wenceslao Padilla nació el 28 de septiembre de 1949 en Tubao, en Filipinas. Fue ordenado sacerdote el 17 de marzo de 1976 y nombrado prefecto apostólico de Mongolia el 10 de julio de 2002. Su consagración episcopal tuvo lugar el 29 de agosto de 2003 en la catedral dedicada a los Santos Pedro y Pablo, en Ulán Bator, capital de Mongolia, cuya construcción él mismo supervisó.
Llegó a Mongolia con otros dos sacerdotes filipinos – miembros también de la Congregación del Inmaculado Corazón de María -, en julio de 1992, poco después de que la Santa Sede estableciese relaciones diplomáticas con Mongolia. Cuando llegó con sus compañeros CICM, no había Iglesia, ni católicos en Mongolia. Sin embargo, descubrió algunos expatriados católicos, entre el personal que trabaja en embajadas extranjeras. Comenzaron así las reuniones de oración y la celebración de las misas dominicales en las casas de particulares. Cuando comenzó a crecer el número de participantes, se alquilaron salas comunitarias para celebrar la misa dominical. Sólo años más tarde se pudo comenzar la construcción de iglesias.
Gracias a la labor pastoral de Mons. Padilla y de los primeros sacerdotes renació el "pequeño rebaño" de la Iglesia en Mongolia, una comunidad que siempre se ha comprometido con su misión a través del diálogo con las culturas, las religiones y personas pobres. Desde el principio, la comunidad católica mostró una actitud sensible y respetuosa hacia las culturas locales, estableciendo buenas relaciones con las otras religiones, al tiempo que se dedicaba al servicio y a la asistencia social de muchas personas vulnerables, pobres y marginados en la sociedad. El territorio encomendado al obispo Padilla incluía toda Mongolia, con sus dos millones y medio de habitantes sٕólo en la prefectura apostólica de Ulán Bator. Durante su ordenación episcopal, en el 2003, el obispo Padilla dijo: “Es una prioridad tener buenas relaciones con todos, sin discriminación, dando testimonio del amor de Cristo a los budistas, a los otros cristianos, a los musulmanes y a todas las personas de Mongolia”.
Desde el inicio, Padilla se ganó el corazón del pueblo mongol y fue muy apreciado por los cristianos, por los ortodoxos rusos, los budistas, los chamanes y los miembros de grupos religiosos no cristianos.
Como obispo, se comprometió inmediatamente en elevar el nivel educativo de los fieles, desde la escuela infantil hasta la universidad. “Hemos dado becas a estudiantes para que vayan al extranjero y se gradúen en una universidad extranjera, pero quiero que nuestros jóvenes tengan una buena educación aquí en su país", afirmaba.
Después de 26 años de ministerio del obispo Padilla, los misioneros que han llegado a Mongolia desde África, Asia, Europa y América Latina han encontrado escuelas técnicas, orfanatos, hogares de ancianos, clínicas, refugios para quienes escapan de la violencia doméstica y guarderías. Estos centros suelen estar los suburbios donde no hay servicios básicos. Los beneficiarios son personas pobres y niños de familias necesitadas. A través de ellos, la misión católica ha sido capaz de establecer relaciones con los hermanos y los padres de los niños, ampliando así el servicio de asistencia, sanidad y educación.
Publicar un comentario