Almaty – “Creamos la Asociación Arca en 1997 con la idea de realizar actividades caritativas periódicamente, pero luego nos hemos ido involucrando completamente. Estamos tan ocupados con el trabajo que incluso el vigésimo aniversario de su nacimiento ha pasado casi inadvertido”. Así lo explica a la Agencia Fides el misionero p. Guido Trezzani, que lleva más de 20 años en Kazajstán y es fundador y director de la comunidad “La aldea del Arca”, en Talgar, cerca de Almaty, para niños con discapacidad, huérfanos o con dificultades familiares.
Al principio se trataba de una estructura destinada a la acogida de niños sin padres. Sin embargo, durante sus 20 años de vida, la aldea ha cambiado su naturaleza: “Comenzamos con un grupo de un orfanato estatal, al que se añadieron otros huérfanos con discapacidades. Ahora recibimos también a jóvenes de familias destruidas por la violencia o por el alcoholismo. Cuando es posible, tratamos de recuperar la situación familiar, si no los niños siguen con nosotros o les buscamos familias de acogida”, señala el misionero.
Actualmente, en la Aldea viven unos 70 niños, huérfanos o con familias problemáticas, de los cuales unos treinta tienen hándicap físicos o mentales. Hoy cuentan, además, con personal consolidado: allí trabajan establemente unas treinta personas y semanalmente se alternan figuras profesionales como educadores o personal médico
Después de un periodo de desconfianza inicial, la asociación Arca se ha integrado perfectamente en el contexto ciudadano: “Ha sido un verdadero desafío. Durante algunos años nos consideraban casi extraterrestres, porque no era fácil para la población local concebir un orfanato no estatal, a cargo de extranjeros, en un ambiente ex soviético. Siempre tenían sospechas de que detrás hubiese algo más.
Ha habido momentos en los que hemos estado a punto caer en un cierre forzoso. Luego, después de años, en la ciudad han aprendido a conocernos: Nos hemos ganado la confianza de la gente y ahora trabajamos con el ayuntamiento. Todos los niños que recibimos son enviados por la administración de la ciudad, que además nos ha encargado gestionar una escuela para preparar a parejas para la adopción”.
El crecimiento sano de los niños es la satisfacción más grande: “Los niños que recibimos en 1997 han crecido, trabajan, se han casado y ahora tienen hijos. Una gran satisfacción para nosotros. Muchos de ellos participan, de diferentes maneras, en la gestión de la estructura. Para nosotros es muy valioso ver que estos chicos, a pesar de sus difíciles contextos de origen, han logrado formar una familia propia y vivir sus vidas tranquilamente”.
“La caridad -concluye padre Guido- es el idioma que la mayoría de las personas comprende de inmediato, también en Asia Central. Nuestro mundo necesita una nueva temporada de creatividad de la caridad. Lo que más impacta a la gente aquí es la mirada con la que se sienten recibidos, con la que por primera vez, ven recibir con amor a sus hijos con discapacidades. Con el tiempo y con paciencia, llegan a entender que se trata de la mirada de Otro: Es el amor de Cristo que llega hasta ellos”.
Publicar un comentario