Roraima – Crece la emergencia humanitaria en la frontera de Venezuela con el estado brasileño de Roraima así como la intolerancia, la xenofobia y la violencia. “El sábado 18 de agosto, en respuesta al robo y asalto contra un comerciante local, la población de Pacaraima atacó con palos y piedras a un grupo de refugiados y prendió fuego a dos campamentos, aunque estas personas no estaban implicadas en ningún robo”, explica en un comunicado enviado a la Agencia Fides el Comité para las Migraciones de Roraima , una red de instituciones de la sociedad civil dedicadas al servicio y la protección de los migrantes. Forman parte de este organismo la Pastoral social, el Servicio Jesuita a Refugiados, las monjas Escalabrinianas y otras ONG laicas. El documento, que lleva la firma de 45 organizaciones sociales, académicas, estudiantiles y de derechos humanos, expresa su repulsa a la violencia y afirma: “La respuesta débil del gobierno federal para articular un programa de inclusión ha terminado fomentando esta crisis social en las primeras ciudades de acogida”. El Comirr acusa a las autoridades de “sembrar la discriminación e invocar medidas populistas e inconstitucionales” como el cierre de fronteras.
“Episodios lamentables como el ocurrido encuentran inspiración en los discursos y en las medidas xenófobas de las autoridades públicas”, señala la declaración. “La práctica de la violencia contra los extranjeros en situación de vulnerabilidad, además de ser un crimen, provoca su regreso forzado al país del que han huido por violaciones graves y generalizadas de los derechos humanos”, continúa el texto. “La falta de un trabajo orientado a la recepción, protección e integración de los migrantes genera barbarie y nos avergüenza a nivel mundial”, lamentan. El documento recuerda que la propia Roraima estaba compuesta en gran parte por personas de otros países. “Decimos basta al odio y sí a la acogida”, concluye insistiendo en la responsabilidad común de no incitar a la violencia.
También monseñor José Luis Azuaje, arzobispo de Maracaibo y presidente de la Conferencia Episcopal de Venezuela y de Cáritas de América Latina y el Caribe, recuerda que “este mundo está hecho para todos. Las fronteras son líneas imaginarias trazadas para poner orden, pero no para impedir la realización de los seres humanos. El inmigrante es un ser humano que tiene dignidad en sí mismo, independientemente de su raza, credo o ideología”. “¿De qué tenemos miedo? Abrir horizontes es más gratificante que cerrarse y vivir como siempre lo hemos hecho”, explica el obispo que da las gracias a la Iglesia brasileña por la acogida generosa a sus compatriotas. Y subraya: “Los venezolanos siempre nos hemos distinguido porque siempre acogimos a personas de otros lugares. Si dejamos el país fue por la inseguridad económica, personal y legal que hacen imposible la vida. Es una cuestión de vida o muerte para millones de personas”. Según estimaciones de la ONU, 2,3 millones de venezolanos han abandonado su país.
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