Abu Dhabi - Hoy el Papa Francisco ha iniciado su viaje a Irak, y apenas ayer, 4 de marzo, se cumplieron exactamente los cinco años de la masacre en la que fueron asesinadas cuatro hermanas de la Madre Teresa en Adén, Yemen, junto con una docena de empleados la mayoría musulmanes. La singular coincidencia ha sido señalada por el obispo Paul Hinder, ofm Cap. vicario apostólico del sur de Arabia. Mientras se realiza la primera visita de un Papa en la tierra de la que partió Abraham, Padre de todos los creyentes, esa historia de martirio y sufrimiento compartido entre cristianos y musulmanes recuerda hechos similares que también han marcado recientemente a las Iglesias de Irak y al pueblo iraquí. “El fruto de su martirio” reconoce el Vicario Apostólico “no se mide con estadísticas. Sin embargo, siguen siendo para nosotros un signo provocador de un amor que va más allá del sentimentalismo y puede llevarnos a compartir la misma suerte de Jesús crucificado. Esas hermanas conocían el riesgo pero no huyeron. Estoy seguro de que su martirio dará frutos”.
El viaje del Papa Francisco a un país árabe cercano - informa el obispo Hinder a la Agencia Fides - despierta emoción y expectativas singulares en la variada comunidad católica del Vicariato: “nuestros fieles siguen la visita del papa Francisco a Irak con interés y curiosidad. Esto - agrega el Vicario Apostólico - es especialmente cierto para los cristianos iraquíes que viven en el país. Hay dos escuelas en Dubai y Sharjah dirigidas por las Hermanas iraquíes de María Inmaculada. Entre otros, en su mayoría indios y filipinos, son principalmente nuestros fieles de habla árabe de países de Oriente Medio Oriente, incluido Egipto, los que dirigen su mirada hacia Irak durante estos días. Muchos de ellos tienen vínculos, si no con Irak, al menos con personas que vivían en Mesopotamia o que todavía viven allí. Los musulmanes también muestran su interés. Uno de ellos me ha expresado explícitamente su admiración por el coraje del Papa para visitar Irak en este momento crítico”.
Hace poco más de dos años, el 4 de febrero de 2019, el Papa Francisco y el Gran Imán de al Azhar, Sheikh Ahmed al Tayyeb, firmaron el Documento sobre la Fraternidad Humana para la Paz Mundial y la Coexistencia Común en Abu Dhabi. Desde entonces, el re-descubrimiento del vínculo fraterno que une a todos los hijos de Dios ha sido propuesto por el Papa Francisco -también en la encíclica ‘Hermanos todos’ - como punto de partida para abordar juntos los conflictos y emergencias globales que lastiman y desgastan las vidas de los pueblos. El viaje papal a Irak, el primer país de mayoría chiíta visitado por el Papa Francisco, tiene como lema la frase evangélica «Todos ustedes son hermanos» y la palabra clave es Fraternidad. El futuro dirá si a partir de ahora también las instituciones y círculos del Islam chiíta se involucrarán en el camino de fraternidad iniciado en Abu Dhabi - al que han adherido hasta ahora sujetos del Islam sunita - o si la desconfianza y las objeciones condicionadas por los contrastes geopolíticos prevalecerán. “Sabemos bien”, reconoce el obispo Hinder al respecto, “que incluso en el mundo musulmán hay discordias, y no solo entre sunitas y chiítas. Lamentablemente estos contrastes se hacen profundos por motivos ideológicos y sobre todo políticos. Pero el hecho de que haya un abismo entre Riad y Teherán no significa que no sea viable un diálogo entre los representantes religiosos. En este campo, no creo en los avances repentinos” explica con realismo el Vicario Apostólico, “pero yo mismo soy testigo de un desarrollo prometedor en el diálogo interreligioso. Lo que he visto y vivido en los 17 años que viví en Arabia me confirma que con paciencia y confianza es posible acercarnos y progresar juntos. La visita del Papa Francisco en 2019” recuerda el obispo Hinder “fue una señal fuerte y bien vista por los musulmanes de la zona. Las relaciones con las autoridades están marcadas por un creciente respeto mutuo. La pandemia ha frenado los encuentros presenciales, pero los contactos continúan con los medios virtuales disponibles”.
Los perfiles de las comunidades cristianas presentes en Irak y en la Península Arábiga son diferentes. Los cristianos de los países de la Península son trabajadores inmigrantes que llegaron en busca de empleo. Las presentes en Irak son las comunidades cristianas indígenas, que han disminuido en los últimos años debido a los flujos migratorios. No obstante, Mons. Hinder muestra que comparte las consideraciones expresadas por el Patriarca caldeo Louis Raphael Sako en la reciente entrevista con Fides , en el que el cardenal iraquí reitera que el Papa no va a Irak para “fortalecer a los cristianos” en la vorágine de los conflictos sectarios, y también ha rechazado las teorías de quienes sostienen que solo la ayuda externa, económica, militar o de otro tipo, puede salvar a las comunidades cristianas de Oriente Medio de la extinción. “Si bien las condiciones políticas, sociales, económicas y religiosas juegan un papel importante para cristianos y no cristianos” subraya el Vicario Apostólico, “hay que reconocer que la permanencia de los cristianos en una región no es solo producto de condiciones favorables, sino que es sobre todo, fruto de la gracia que obra en el corazón de los fieles. Lo hemos visto a lo largo de la historia en muchos países del mundo. Y lo mismo ocurre en Irak. No olvidemos nunca que la fe en Cristo es ante todo un don del Espíritu Santo que sopla donde quiere, incluso y sobre todo en condiciones difíciles. Tenemos que olvidarnos de la manía de mirar solo las estadísticas y los números. Hay cristianos en Irak que son testigos del Señor crucificado y resucitado y, por tanto, siguen siendo un signo de vida que supera todas las tragedias”. Respecto a la situación de las comunidades cristianas en la Península Arábiga, Mons. Hinder confirma las consecuencias negativas que ha producido la pandemia del Covid-19 sobre la actividad laboral de los inmigrantes cristianos y sobre la propia vida eclesial: “Todavía es pronto para hacer un balance”, advierte el Vicario Apostólico “pero ya se nota una disminución en el número de migrantes y por lo tanto también de nuestras comunidades cristianas. Quizás lo que más pesa es la inseguridad que muchas veces se combina con el aislamiento por las restricciones. El hecho de que las iglesias hayan estado cerradas durante muchos meses y en parte sigan cerradas, es una carga para muchos que frecuentan la casa del Señor como un lugar de consuelo ante el miedo y el sufrimiento. Me hace llorar al ver a la gente rezar fuera de los muros de la iglesia, porque no se nos permite mantener abierto el complejo parroquial. Luego, gracias a Dios, están esos signos de solidaridad abierta y discreta con los fieles que se encuentran en dificultades. Se hace mucho virtualmente. Pero nunca había sentido que fuese tan importante mantener un contacto real con la gente como ahora, en una época en la que ese contacto es muy limitado. Y percibo que muchos comparten esta misma experiencia mía”.
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